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Tolbaños de Abajo: Dehesa de robles centenarios

Kuitxi

Ezkaintza: A ella, que tomó la decisión equivocada cuando el sendero se bifurcó.  Cita: Poso las manos sobre el musgo, sobre el liquen; abrazo el tronco del roble centenario...y se despierta en mí tu conciencia, que me habita.

Sale el sol por Antequera, así se dice, pero en imperativo, y aquí, en Tolbaños de Abajo, también lo hace en el momento en el que ella se dedica a hacer una ´monería´ agarrándose al metálico cartel blanco con ribetes rojos donde se halla escrito el nombre del pueblo. Como el cartel, mal fijado al poste, se deja vencer hacia la izquierda, ella, para ser una con él, también permite que su cuerpo se ladee hacia el mismo lado del cartel, componiendo una escena graciosa ahora que nos disponemos a abandonar el pueblo camino de “nuestro Tolbaños”.
  Pero antes, señoras y señores, prepárense para apreciar el hito más importante del viaje de este día: nada más y nada menos que...¡la Dehesa de Tolbaños de Abajo!, una especie de ´parque temático´ en el que la materia que predomina es el roble, el roble con apellido, “rebollo” lo es, ¡decenas de robles centenarios!...  Lo pasean, lo viven, lo gozan...dejando instantáneas para el recuerdo, como la de este ´gnomo´, que soy yo, a la puerta, inexistente, de un tronco hueco en su mitad. También cabe destacar la de aquél que, queriendo imitar a Tarzán, escaló por lo frondoso de ramas y hojas buscando una liana a la que asirse, y, siendo uno con ella, volar, pero sin alaridos, en respetuoso silencio (ese misterioso lenguaje de las almas, el silencio) hasta el aterrizaje en un claro de la dehesa, donde pastan las vacas, ya grandes y claras, ya pequeñas y marrones.  Si esto no es el Paraíso, amables lectoras, que del Cielo baje dios y contemple estas estampas que de bucólicas tienen mucho, por no decir todo, ya que no falta ni la hermosura de los vegetales ni la belleza que una mujer aporta al paisaje subida al pedestal del árbol e intentando, de espaldas, hasta conseguirlo, zarandear el refrán hasta ponerlo patas arriba, pues no es moco de pavo, ni  lágrima de unicornio herido, abarcar tanto y tanto y conseguir apretar todo lo que abarca con una fuerza sólo al alcance de las mujeres seres de otro mundo: el legendario, el mítico, el de la fantasía...
  Qué bellos son los bosques, ya de robles, ya de hayas. Pero, al estar nosotros acostumbrados a los hayedos de la tierra vasca (Gorbeia y Amboto, donde la diosa Mari pasea de la mano a sus hijas), nos llama la atención el robledal cuando es ´demanda´ que se ´oferta´ inmensa, pletórica, hermosa, rayando la perfección.  Vista y recorrida la afamada Dehesa, tan sólo cabe el regreso. Y para ello, ascender, aunque, en el mapa, Tolbaños de Arriba figure más hacia el sur que Tolbaños de Abajo, pueblo que ya, definitivamente, hemos abandonado. Para siempre, duele decirlo, pero es que...unicamente el ´oro´ podría ser el ´regreso´, y las minas, sabido es, se “hallan en el cielo, y no en el África ardiente”...  Pronto, muy pronto desde la partida, camino de nuestra casa rural, nos encontraremos con un campo de fútbol  cuya superficie es de yerba natural, es el agro que clarea y forma un rectángulo que será de juego, ahí están, si no, para confirmarlo, las porterías reglamentarias, con sus redes, o mallas, todo es femenino en la Demanda: madre Naturaleza en estado puro.
  Caído en la tentación, ¡qué débil es mi carne de hombre!, me acerco hasta una de las porterías, y, cerca  de la línea de gol, me agacho, me pongo en cuclillas, repitiendo con mi brazo derecho lo que siempre hago en sitiuaciones similares: a dos o tres palmos del suelo, como si le acariciara la testa a un perrito, mi mano posasa con delicadez sobre la parte superior de un balón que no existe, o que, al menos, no son capaces de ver aquellos que tengan en vida desterrada su imaginación.  Y para concluir, unos cuantos tejados al fondo, dos señales, el hombre y su libro. El cartel, situado al fondo, dice 30 escrito en negro sobre una superfice blanca bordada en rojo; es de tráfico la señal, y pide, ya que se atraviesa un pueblo, que los conductores aminoren la velocidad de sus vehículos hasta llegar a ese par de dígitos, tan bajos ellos. Mas aquí, cerca de mis ojos, ella, mientras viva, me mirará incesantamente, un tanto triste, con  esa rabia que provoca el saber, a ciencia cierta, que la materia de metal y el libro de papel... ¡durarán más, muchísimo más, en esta tierra, en este ´Valle de Valdelaguna´ que el ser humano!... ”pobre hombre de arena, campesino él”... con sus circunstancias, vitales ellas, de carne, agua... y dolorida conciencia.
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi', exfutbolista, mendizale, narrador de viajes y periodista

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