Siempre nos habían contado que las grandes empresas tecnológicas que hoy gobiernan el mundo comenzaron en un garaje. Si, ya, como si eso fuese un consuelo o un estímulo para el resto de mortales, cuya noción de emprendimiento no va mucho más allá de presentarse a unas oposiciones. Preferimos pensar que hay mucha leyenda urbana en torno a la creación de empresas como Facebook, Microsoft, Apple y las cientos de startups que brotan cada mes como setas de las raíces de la auténtica meca del mundo digital; Silicon Valley. Y probablemente las hay, por eso nos gusta tanto la sátira que hay detrás de la serie de la HBO.
Los directivos de la cadena, avispados como ellos solos, vieron el potencial narrativo de ese microcosmos desarrollado como en una dimensión paralela al resto del mundo, pero no precisamente desde una perspectiva rigurosa sobre la trascendencia de lo que allí se cuece, sino más bien con el espíritu de guasa de quienes ven o quieren ver esa milla dorada tecnológica como un hormiguero de geeks en su particular búsqueda perpetua de la piedra del arca en forma de aplicación móvil o plataforma web.
Silicon Valley es una serie sobre esos geeks con escasas habilidades sociales que trabajan como una ingente masa proletaria para las grandes compañías que los contratan para que siga girando el engranaje de la productividad que, a diferencia del de Chaplin, se mueve con esa escurridiza virtud que es la creatividad.
Y eso no le falta al inefable equipo protagonista que liberará la esperanza del mundo para que sus datos en la nube puedan ser comprimidos en menor espacio. Sin ir más lejos, uno de ellos, aunque a la postre expulsado del equipo por razones evidentes, estaba trabajando en una aplicación para detectar pezones (lástima que en Silicon Valley no abundaran). El ambiente también incita a ello. Nada de garajes. Los gurís del futuro viven junto a otros genios en la casa de un buscavidas bocazas que, nunca sabremos cómo, tuvo éxito con una empresa, y ahora ofrece alojamiento a cambio de un porcentaje del capital de las empresas que un día podrían llegar a montar los extraños inquilinos, algo poco improbable a tenor de la mentalidad empresarial de estos.
Pero el milagro ocurre, y Richard, un pelirrojo retraído y francamente bobo, logra dar con el algoritmo que sentará las bases de Pied Piper. Eso sí, la idea no es lo más importante en Silicon Valley, sino el periodo que se abre tras alcanzar el hito, que incluye el diseño del logo, la conformación del equipo, el desarrollo de la tecnología y, aquí llega lo más duro, la inversión de decenas de fundaciones, bancos y grandes corporaciones que no dudarán en desplumar a los cándidos obreros intelectuales.
La serie, lanzada por la HBO a modo de globo-sonda, con tan sólo ochos episodios de apenas media hora en su primera temporada, es una especie de The Big Bang Theory (por eso de los raritos) pero con un menor peso de la relaciones entre personajes y un mayor protagonismo de los entresijos de Silicon Valley, basada en un humor surrealista que aflora en las situaciones más rocambolescas y con una gran confianza depositada en la complicidad creada con su público.
Lo cierto es que lo consigue, y hay momentos en los que es difícil no partirse de risa con los piques entre Gilfoyle y Dinesh, las ocurrencias de Erlich, las constantes referencias culturales o la sorprendente falta de empuje de Richard. De hecho, tanta es la confianza puesta en la serie de la HBO que ha sido la elegida para ejercer de telonera de lujo para Juego de Tronos en el inicio de su segunda temporada y acaba de anunciar la renovación para una tercera. Al parecer, hay geek para rato.
Ésta es una serie que ha sido muy aclamada por el público, ya que nos muestra la realidad tecnológica a la que hoy en día nos enfrentamos, sin duda <a href="http://www.hbomax.tv/silicon-valley-2" rel="nofollow">Silicon Valley</a> es de mis serie de comedia favoritas del año, saludos,