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[Opinión] Sobre Netflix, One Day at a time y la sentencia de los datos

Se ha intentado, pero la decisión estaba tomada mucho antes de que se iniciasen las campañas en redes sociales. Netflix sabía, desde el momento en el que la emitió, que no seguiría con One day at a time. El comunicado oficial de ayer tan solo fue un trámite, una manera de oficializar algo que se había asumido y que, aun así, nos esforzábamos por no creer. Por tener esperanza. Por tener corazón.

Conviene recordar que Netflix, al fin y al cabo, carece de eso.

El paso del tiempo y las decisiones han ido mermando la imagen pública de Netflix, esa que ellos mismos se esforzaron por crear cuando tuvieron el gran boom como productora. Concienciados, dispuestos a apostar por lo indie y por todo aquello que una network jamás haría. Así fue su carta de presentación, así nos la vendieron y así la compramos porque, al principio, parecían congruentes con lo que predicaban. Sus grandes series lo demostraban. En el contexto de hace seis años ¿quién hubiera apostado por Orange is the new black?

Con Orange…se ganaron el favor del público al ser de las pocas cadenas que se atrevía a incluir diversidad real en sus productos. Temas como el feminismo, la diversidad sexual o el racismo se trataron sin tapujos en esas primeras temporadas. La compañía aprovechó que el propio público aplaudía esa estrategia y comenzó a crear su imagen de marca, convirtiéndose en una productora independiente donde podías ver todo aquello que en la televisión tradicional no encontrabas.

O al menos ese fue el hechizo que nos lanzó.

Las minorías son, eso mismo, minorías, que pese a su poderosa capacidad de atracción poco pueden hacer si las mayorías comienzan a tomar partido en el juego. El perfil de consumidor de Netflix se ha ido alejando poco a poco de aquellos que buscaban un reducto de productos diferentes, creándose así un grupo más heterogéneo, cuya demanda se acerca más a lo que se ve en la televisión <<tradicional>> -entiéndase este término como la televisión emitida en cadenas en abierto-. Es un paso lógico, al fin y al cabo, el espectador amolda sus gustos a lo que se ofrece y lo que se ofrece intenta gustar siempre al espectador. Un círculo vicioso que termina por tender a programaciones de cariz más conservador, no solo ideológicamente, sino a estructuras, temas o géneros que funcionan porque siempre lo han hecho.

Por eso al principio Netflix parecía valiente. Tenía los recursos y el tiempo para hacer series diferentes. Como Sense8, la cual fue la primera quiebra en la burbuja del hechizo. Su planteamiento, contenido y personajes eran una amalgama de todo aquello que la compañía de streaming promovía y los fans estaban encantados. Ciencia ficción humanista con toques de ese hopepunk que cada vez es más demandado en literatura, con las hermanas Wachowski detrás de las cámaras y una mesa de guionistas envidiable. Una locura de serie que, sin embargo, se canceló de un momento a otro porque resultaba costosa.

La cancelación causó gran revuelo en redes sociales, pero todo fue a parar a saco roto. Una película que intentaba cerrar los arcos argumentales y adiós, muy buenas. Aquello se vio como un caso único, ya que la serie sí que podía ser cara y no encajaba con mucha gente. Hasta ahí de acuerdo. La siguiente en caer fue Everything sucks, que prometía ser la Stranger things en los ’90, pero que el público recibió de manera tibia. En parte por tener esa sombra tan alargada como reclamo, y en parte por la escasa publicidad que la propia Netflix le había dado. Daba igual que crítica y público la alabasen, los datos eran los datos y ya. Fuera.

Paralelamente, mientras estas dos decisiones se tomaban en un despacho, Por trece razones conseguía una segunda temporada en el despacho contiguo. A medio mundo le pareció una decisión inexplicable e innecesaria, teniendo en cuenta que la historia estaba cerrada. Pero de nuevo, los datos son los datos, y el público había ido en masa a verla. La polémica le había sentado de maravilla, la gente por el morbo de saber si era tan fuerte como decían querían saber cómo era y la audiencia social había funcionado. El criterio narrativo, e incluso moral por los ríos de tinta que habían corrido acerca del peligro en el tratamiento de temas tan delicados como son los que tocan en Por trece razones, no importaron.

Con este mismo enfoque se explica la renovación de Insatiable, que poco o ningún recorrido ha tenido, pero que promovida por su campaña de encendidos tweets y artículos  llevaron al público a verla en sus primeras semanas. Para Netflix, esos datos son sagrados y hablan más alto y con más peso que cualquier otro criterio. Incluso si ese público la ve sin verdadero interés. De nuevo, los datos son los datos.

Y los datos no tienen corazón.

Porque, ¿cómo explicamos la cancelación de One day at a time? Anteponiendo el bolsillo a otros criterios. Da lo mismo que #SaveODAAT fuese trending topic mundial compartiendo espacio con Vengadores: Endgame, que su puntuación en webs de críticos especializados sea prácticamente perfecta o que su público sea fiel y agradecido, One day at a time no tiene los números que el Big Data –el sistema de recogida de datos que analiza cuanta gente ve un producto u otro de la plataforma- marca como mínimos como para generar interés.

Ni la representación tan válida e importante, ni los valores, ni el humor, ni tan siquiera la leyenda viva de Rita Moreno son suficientes. Los datos han enjuiciado a One day at a time y no hay otra solución. A Netflix ya no le importa mantener su imagen, así como tampoco basar su producción en criterios más cercanos al valor fílmico, sino que prefiere producir en masa y obtener beneficios apuntando a varias cosas a la vez. Incluso si pasado mañana no recordamos la serie que se estrenó hace dos semanas. Ni tan siquiera series con tanto impacto como Black Mirror consiguen ya ese efecto.

Al final, la compañía ha pasado a ser una productora más, algo que a estas alturas no va a afectarle porque ya tiene una masa de usuarios lo bastante grande como para que no le suponga un problema volatilizar su imagen de marca. Esto no es ni bueno, ni malo, sino un recordatorio de que la industria funciona así por mucho que nos digan que no.

One day at a time cuesta muy poco de producir, la mayoría de su casting son actores de perfil medio o bajo, así que el criterio económico no valía. Mejor culpar al espectador. En su comunicado oficial aluden que “no ha habido suficiente gente viendo la serie”, algo que el propio fandom intentó remediar alentado por su showrunner. Sin embargo, en la era de la hiper oferta era complicado atraer a gente nueva a ver una serie en la que se podía comprobar con claridad que su cadena no confiaba. Porque, ¿cuánta promoción ha tenido la sitcom? Más allá de críticos y fans, ninguna. Y así es imposible que te vea gente.

A mi parecer, ya sabían de antes que para ellos One day at a time no funcionaría. Si es así, la familia Alvarez se merecía, por lo menos, un final más cerrado y feliz. Cerrar la historia de un carpetazo porque en los despachos se opte por series como Insatiable porque tiene visionados me parece hasta ignorante por su parte. Aunque en la era de los likes y los views, parafraseando a Oscar Wilde, lo importante es que hablen de uno, incluso aunque hablen mal.

En esta nueva etapa audiovisual que se nos presenta, en la que la mayoría se ha movido a las plataformas quizá vayamos a presenciar una migración a las networks de antaño. Ese público que reclama, y con derecho, a verse y sentirse representado en una serie ahora mira a NBC con la esperanza de que salven a su serie favorita. Los lidera Lin-Manuel Miranda, quien como artista latino sabe de lo difícil que es encontrar personajes con carices positivos en su propio país. No sabemos si triunfará o no, pero resulta cuanto menos curioso.

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