Las misiones bélicas emprendidas por EEUU tras el 11-S y su gestión política son un tema sensible en el país. Tanto es así que Hollywood aún se muestra reacio a desplegar toda su artillería cinematográfica sobre el asunto, y cuando lo hace es de una forma aséptica, distante (En tierra hostil o La noche más oscura son ejemplos de ello), mediante la que parece querer eludir interpretaciones ideológicas viscerales.
A pesar de lo que cabría esperar, dado el reconocido perfil republicano de Clint Eastwood y las críticas realizadas en ese sentido, El Francotirador ratifica esa tendencia hacia la tibieza y evita enredarse en posiciones doctrinarias farragosas. No hay que perder de vista que los productores no han nacido ayer ni son Michael Moore, y quieren vender el mayor número de entradas posible sin descartar de partida a un sector importante de la población.
Naturalmente, El Francotirador está impregnada por un patriotismo que huele de lejos, pero siempre vertebrado narrativamente en torno a la figura del marine Chris Kyle. Aquí no hay discursos de presidentes, ni apelaciones al espíritu americano, ni agentes de la CIA alertando del peligro de un ataque terrorista inminente, no hay alegatos externos, todo lo que se nos cuenta es a través de la experiencia individual del personaje sobre el que se basa la película. Este decide en un momento de su vida dejar lo que estaba haciendo (es decir, nada), alistarse en un cuerpo de élite del ejército y matar iraquíes desde los tejados de una ciudad hostil. Una y otra vez. Y otra vez. Y así hasta convertirse en leyenda viva, para regresar de nuevo.
Más allá de mi problema irreconciliable para entender las motivaciones de cualquier soldado de hacer lo que hacen, el personaje de Chris Kyle tampoco nos lo pone fácil. Es cierto que Eastwood introduce algunos apéndices esclarecedores y en su mayor parte inventados (como el hecho de que decidiese alistar en el ejército tras ver en televisión los ataques contras las embajadas de EEUU en Tanzania y Kenia) con el propósito de dar cierta forma a la personalidad por lo demás monolítica de Kyle, pero el relieve emocional de este es tan limitado que finalmente se abandona a mostrar en pantalla lo que realmente sabe hacer; matar iraquíes, ya sean hombres, mujeres o niños (aunque a estos con menor convencimiento).
No hay duda de que la película tiene ritmo, es técnicamente impecable, está bien interpretada (igual la nominación para Cooper se nos va de las manos) y no aburre. Al fin y al cabo, Eastwood tiene 84 años y más de media vida dedicada al cine, por lo que se le presupone una cierta capacidad para hacer buenas películas (de hecho ha filmado varias realmente magistrales). El problema que le encuentro a la película es más una cuestión de fondo, de lo que nos cuenta y de lo que extraemos de ella. Asistimos a las escenas bélicas en una ciudad sin contexto ni tiempo, como si fuera el escenario de un videojuego demasiado real, guiados por un tipo que parece no sentir nada, alguien inerte en mitad del desierto. Y para colmo, cuando la película nos podría haber zarandeado y desvelado la retorcida naturaleza de la guerra y los efectos devastadores que tiene en sus protagonistas, la pantalla se funde a negro, que para las interpretaciones mejor te compras un libro.
Si Eastwood ha querido únicamente hacer una película sobre este dudoso héroe a modo de homenaje mostrándonos su habilidad con el rifle sin querer ir más allá ni suscitar dilema alguno, perfecto, pues es una buena película bélica, pero permítanme decirles que, en una dimensión más profunda, me parece una auténtica pérdida de tiempo.