El arriba firmante vive una relación de amor/odio con el arte de Ryan Murphy, uno de los indiscutibles reyes de la televisión. Cada nuevo proyecto que anuncia, ya sea como guionista, director o productor, espolea una inmediata satisfacción interna. Hasta que recuerdo algunos de sus mayores descalabros, los capítulos y personajes más frustrantes de su cuerpo de trabajo, y las peinetas que le ha hecho a la audiencia en más de una ocasión.
Cuando se estrenó Scream Queens (2015-) el pasado septiembre, parecía la culminación definitiva del estilo Murphy, uno que el hombre lleva depurando desde que irrumpiera en el mundo televisivo con Popular (1999-2001) y continuara con Nip/Tuck (2003-2010), el rechazado piloto en 2008 para FX de nombre Pretty/Handsome, Glee (2009-2015), American horror story (2010-), The new normal (2012-2013) y sus producciones American Crime Story (2016-) y probablemente Feud, que llegará en 2017. Sus dos películas, Recortes de mi vida (2006) y Come, reza, ama (2010) y la exitosa TV-Movie The normal heart (2014), su proyecto más personal, lo confirman también.
¿De qué estilo hablamos? De uno de exquisitez visual, cuidado por el encuadre, atención al detalle y aprovechamiento de los espacios. Uno dónde la música es siempre perfecta, donde la narración exhuda su habilidad para crear expectación y satisfacer a la audiencia, de manera que muchos sigamos volviendo a por más en sus creaciones, además de excitarnos ante lo que está por venir. El crítico televisivo Alberto Rey lo definió a la perfección una vez al decir: “Ryan Murphy es un gran productor televisivo, pero...”.
Porque todo lo apuntado está en proporción opuesta a la robustez de los guiones, la solidez de los personajes o cualquier tipo de profundidad psicológica. Los años nos muestran que si algún personaje del creador y sus habituales cómplices es memorable es porque un actor o actriz tiene el talento suficiente para insuflar vida y credibilidad donde solo suele haber inconsistencia. Así que lo que comienza muy arriba acaba llevando a la decepción.
Es una apariencia de calidad, donde los habituales monólogos y voces en off donde los personajes adquieren de repente una conciencia social y reivindican distintas causas con acierto no pueden sonar sino a pegote cuando las proclaman personajes cuyas acciones contradicen más tarde lo dicho. Sus series suelen existir en una suerte de esquizofrenia narrativa, porque quieren tener alma pero no pueden evitar quedarse en todo brillantina. Interpretaciones geniales por parte de repartos de infarto junto a agujeros de guión y bruscos saltos en todo momento.
Las salas de guionistas que lidera se mueven por capricho y así hacen comportarse a sus personajes, una miscelánea de relaciones amorosas, rupturas, decisiones súbitas y entrada y salida de personajes harto inverosímil y que no resiste un análisis mínimamente serio. Combinado esto, sobre todo a partir de Glee, con el ansia por satisfacer a la audiencia como el motor que movía en gran medida el detrás de las cámaras.
Sus series proporcionan un placer epidérmico, no intelectual. Es decir, que el entusiasmo de un servidor hacia ella reside en la cantidad de estímulos de entretenimiento que dispara a mansalva, y no en la solidez de las tramas. En muchas ocasiones son la naturalidad, la credibilidad, lo plausible y demás sinónimos las características que determinan la calidad del cine/televisión. Y se desprecia aquello forzado, compuesto, muy calculado.
Existen cineastas como Brian De Palma, Gaspar Noé o el mismo Alfred Hitchcock que demuestran cómo “lo malo” puede ser lo mejor. Pensando en estos términos es como se disfruta una serie como American horror story, aunque Murphy no le llega a la suela de los zapatos a los mentados. Arrancan historias tan prometedoras en concepto como pobres en su ejecución, y suele darse en sus proyectos la creación de un personaje más memorable de lo esperado, y que por ello se potencia más conforme avanzan los episodios. Gracias a los intérpretes, más que nada.
Hablamos de un hombre capaz de sacrificar la propia premisa de Glee (la importancia de un club de canto para que los alumnos de un instituto no se sientan desplazados) por las circunstancias, para luego recuperarla siete episodios más tarde con una excusa pobre. Alguien que proclamó la independencia en tramas e historias de cada temporada de American horror story y que lleva ya dos temporadas jugando a repetir personajes y referencias.
Lo único de lo que no se le puede acusar como creativos es de ser complacientes. Repetitivo, puede, pero no acomodado en su éxito. Sus elencos le adoran, y ha repetido en múltiples ocasiones con gente como Leslie Grossman, Matt Bomer, Sarah Paulson, Mike O`Malley, Gwyneth Paltrow, John Stamos, Jonathan Groff o Jessalyn Gilsig, entre otros. Pero también tiene fama de haberse peleado con muchos intérpretes, de ahí que ningún miembro del reparto principal de Nip/Tuck haya vuelto a trabajar con él o que algunos miembros de la familia AHS sólo hayan salido en una temporada.
Ante todo quiere complacer a su público y pasarlo bien en lo que hace, pero el problema es que su hiperactividad (escribe y dirige con frecuencia en cada una de sus series, aunque haya llegado a tener cuatro proyectos a la vez en las manos) da inconsistencia a sus trabajos. Es un torbellino de creatividad al que le falta concentración para triunfar. Su estilo es una poma de humo preciosa en la que se vive muy bien... hasta que explota.
El viaje suele ser muy estimulante y se atreve a hablar de cosas de las que muy pocos hablan, con su afortunada –y ganada a pulso, todo hay que decirlo– plataforma de gran resonancia e influencia pública. Lo dicho, ser fan de su trabajo y su persona es vivir en una contradicción constante, en un pulso sin claro ganador.