EL ARRIESGADO JUEGO DE SAM ESMAIL
Vista la segunda temporada de Mr. Robot, está claro que su creador y único director Sam Esmail está siguiendo una senda, bien marcada por la primera tanda, que le costará espectadores. Si al final de los primeros diez episodios uno estaba todavía sacudido ante el monumental giro que se acababa de dar, esta docena de entregas confirma que la idea de Esmail es continuar ofreciendo ese tipo de sorpresas, y jugar con la paciencia de la audiencia. También con su capacidad para deleitarse ante lo extraño, lo estimulante y lo inesperado. Pero la mesura no está en el ADN de la serie, de ahí que lo visto sea en esencia un amplificattio de sus rasgos más peculiares.
Aquí se estudia una mente enferma como pocas veces se ha hecho en formato seriado, se rompe la cuarta pared de manera muy interactiva, se nos otorga acceso a las conversaciones entre las cúpulas más poderosas y se analiza los efectos en la sociedad de la preocupante concentración de poder en las manos de unos pocos, ya sean hackers o empresarios. Esmail tiene en Elliot un claro favorito, pero eso no quiere decir que le ponga las cosas fáciles. Y por ende a nosotros. Si eso te frustra como miembro de la audiencia, entonces Mr. Robot no es tu serie. Si te sucede lo contrario, como al que esto suscribe, sólo queda la opción de disfrutar del viaje. Y vaya viaje.
Mr. Robot existe con una evidente libertad creativa –USA Network no querrá hacer nada que pueda dañar a una de sus series más exitosas– que lleva a rozar lo suicida en ocasiones (en eps2.4_m4ster-s1ave.aes (2.7) los primeros 20 de sus 52 minutos recrean el tono y estilo de una sitcom de los años 80, con risas enlatadas y cromas cutres) y a dilatar a su voluntad los momentos climáticos y las respuestas que la audiencia desea –como el paradero de Tyrell–. Pero esto se debe principalmente a que el creador es muy juguetón. Y juega fuerte y se arriesga, aunque no sepa si caerá de pie o no.
Hay una aplastante seguridad, casi arrogancia, en las apuestas narrativas y visuales, en el espléndido y muy cinematográfico uso de la música para contrastar emociones, lo oído con lo visto (las notas de Philip Glass para Mishima (Paul Schrader, 1985) mientras Elliot vomita pastillas que con la misma vuelve a ingerir) y en la manera de afrontar cada una de las decisiones. La cámara se coloca aquí y hace esto porque es el lugar y el movimiento que ofrece un resultado más interesante. Esa es la lógica que rige toda la operación.
Hay por tanto abundancia de planos-secuencia y demás florituras con la cámara, y los excelentes intérpretes son en ocasiones marionetas que rellenan el encuadre como el resto de objetos, pero se cuida también que tengan material de alto contenido emocional. El que a priori lo tenía más complicado era el flamante ganador del Globo de Oro Christian Slater, ya que revelada la auténtica esencia de su personaje debe limitarse a interactuar con Elliot y a cumplir el rol de Mr. Robot en su variante más extrema, pero el intérprete cumple con creces y entrega un trabajo estupendo. Aunque para un servidor la gran ganadora de esta tanda es Portia Doubleday, que ha revestido a Angela de una pátina de misterio –qué rostro tan curioso tiene la actriz, y cómo lo rueda Esmail en primerísimos primeros planos– y una mezcla de ambición y miedo.
Eso no quiere decir que a la escritura no le pase lo mismo que en la estupenda primera temporada. Sigue habiendo pasos en falso, subtramas que no van a ninguna parte y la sensación de reescritura de algunas historias (¿de verdad el personaje de Susan Jacobs fue diseñado para esas dos apariciones tan separadas?). Está claro que el envoltorio está más cuidado que el relleno, y eso es llamativo cuando hablamos de una historia tan intrincada como ésta, con múltiples peones haciendo jugadas simultáneas en todo momento. Pero el resultado final es tan magnético que sólo puede situarse más cerca de la excelencia que de la mediocridad. De lo irregular en su variante más fascinante antes que lo fallido por excesivo.
Y todo esto además bajo la presión de no caer en el llamado “síndrome de la segunda temporada”, algo que de hecho muchos espectadores opinan que ha incurrido con esta docena de episodios. Pero está claro que el creador no ha sucumbido a la presión de nadie y ha seguido haciendo lo que quería hacer, aunque a veces está tan henchido de libertad trabajando la historia que no ha tenido la distancia necesaria para haber cortado o repensado algunas de las notas más cuestionables (Angela y la niña, Elliot entre dormido y despierto). Pero es que ante una apuesta como Mr. Robot parece imposible que haya consenso, tanto para bien como para mal. Claro que algunos de sus momentos van a ser más débiles, ya que hablamos de una serie que fabula con la caída del sistema bancario en Estados Unidos y nos mete en los despachos de los poderosos y sus autoridades, y además lo hace haciendo énfasis en su carácter más caricaturesco –el discurso de Price sobre ser el más poderoso, el imposible y maravilloso personaje de White Rose que sive un extraordinario BD Wong–. Por muy bien informado que estén los guionistas, no deja de ser un acercamiento a lo que podría pasar de verdad.
Y tratar de combinar esto con el gran tema de la serie, el Control en sus múltiples acepciones, hace que el producto final tenga sus más y sus menos, sus obviedades (el discurso contra Dios) y sus momentos de puro cine que sobrepasan la pantalla de emoción (todo el montaje paralelo de Darlene y Angela hackeando al FBI). Y en ese equilibrio se mueve esta vibrante y anómala segunda temporada. Pero lo importante es que funciona es su nivel más esencial, el emotivo, porque es imposible no sentir pena del protagonista –el recién galardonado con el Emmy Rami Malek, prodigioso y entregado– y su mente enferma, y querer que mejore. Y sentir angustia ante la posibilidad de que los personajes mueran o sean capturados.
Si esto está logrado, más de la mitad del trabajo está hecho. Con una tercera ya firmada y la intención del creador de dirigir de nuevo todos los episodios, la tanda se despide con un potente golpe de efecto que la hace rimar de nuevo con el mundo de Kubrick, Fincher y Lynch, evidentes influencias estilísticas y argumentales. El desconcierto está presente como en el final de la primera temporada, y las ganas de saber más crecen. Los responsables han hecho bien su trabajo, y la cuenta atrás comienza.
FICHA TÉCNICA