SEIS ENTREGAS DEL ALLEN LIGERO
No se puede decir que no nos lo advirtiera. Desde sus famosas declaraciones en el Festival de Cannes del año pasado, Woody Allen venía a decirnos que nada grandioso ni trascendente iba a salir de su incursión en la pequeña pantalla, motivada principalmente por la sustanciosa oferta económica de Amazon y la promesa de libertad absoluta. Frente a esto, Allen ha cumplido al honrar el contrato y entregar una temporada de seis entregas de unos medidísimos 22 minutos de duración, que en esencia se ven como una película de dos horas y media –si una serie está diseñada para consumirse de un tirón es ésta–, pero no se ha complicado especialmente y se ha ido a su terreno más seguro, a la zona de confort más absoluta de arte. Pero esto, aunque lo parezca, no es un ataque. Porque Woody Allen, a la edad de 80 y facturando una cinta por año desde 1982 –y a veces hasta dos trabajos anuales–, no debe explicaciones a nadie. Y Crisis en seis escenas es una delicia, cargada de humor e inteligencia, ritmo y evidente gozo.
Una de las imágenes más perdurables de la notable Woody Allen: El documental (Robert B. Weide, 2011) es la del cineasta y su cajón de las ideas, lleno de papeles donde tiene anotadas todas las ocurrencias que podrían dar base a una película. La imagen corresponde a 2009, el montón es grande. Allen sólo ha usado media docena más de ideas desde entonces, y es divertido imaginar al director eligiendo aquélla que poder desarrollar en seis partes. Partes que existen divididas porque así funciona la televisión, pero se nota que Allen apenas la consume, excepto para ver deportes.
Y lo interesante de esto es que sus decisiones, en contraste con el del resto de creadores que hacen narraciones seriadas, se revelan de un anarquismo saludable. Desconoce –o desprecia– tanto el medio que se puede permitir realizar un capítulo entero, concretamente el segundo, en base a dos largas conversaciones. Nada más y nada menos. Sin aspavientos formales ni dosificando giros de guion ni ninguna estratagema así. En lo único que se puede apuntar que piensa en la estructura de la separación por capítulos es en el hecho de que varias de las entregas culminan en cliffhangers.
Porque el director vive alejado de toda tendencia o moda, y no planea su fértil carrera pensando en nada más que en escribir la historia que le interese. Hablamos de alguien que después de Match Point (2005) hizo Scoop (2006), o después de la ganadora de 4 Oscars Annie Hall (1977) hizo Interiores (1978). Mayores contrastes es difícil encontrar, y tratar de explicar en términos de estrategia o cálculo por qué ha decidido recuperar el estilo y tono de sus comedias de los 60 y 70, aunque sin el aspecto paródico, es un ejercicio perdido de antemano. Eso no quiere decir que no haya una coherencia temática en su filmografía, porque en esencia aborda siempre los mismos temas, sino que se puede permitir el lujo de moverse sólo por su instinto.
Crisis en seis escenas, por ejemplo, nos lleva al Estados Unidos de finales de los 60 para hacer una suerte de versión cómica de la fascinante Teorema (Pier Paolo Pasolini, 1968) con la llegada de una joven revolucionaria (chispeante Miley Cyrus) que dinamita la existencia de los habitantes de un hogar. El país estaba en un constante estado de crisis, y la brillante idea que vertebra la serie es que una persona con férrea determinación e ideología es un acicate que promueve cambios en los demás, sin importar lo que estos supongan. Es decir, que ninguna posición extrema es buena.
Hay romance, mucho humor y una mirada a la historia hecha con una sanísima mala leche y espíritu crítico, ya que muchos de los asuntos que discuten los personajes siguen de triste actualidad. La acción se organiza, como no podía ser de otra forma al tratarse de quien se trata, en torno a largas conversaciones y gags hilarantes (el lío del dinero en la cabina, el voraz apetito de Lennie, la esposa prostituta) que si bien es verdad que el cineasta recicla en algunos casos, siguen siendo muy efectivos. Respecto al trabajo interpretativo, Allen se esfuerza esta vez en su rol como actor, tras el desganado trabajo que hizo en la débil A Roma con amor (2012). Y como él funciona el resto del estupendo elenco, que sirve con las cantidades justas de naturalidad y humor el material que el guionista les ha escrito, destacando una Rachel Brosnahan que brega las carencias de su rol con un carisma a remarcar. Muchos personajes son unidimensionales y no se pierde el tiempo en darles profundidad –como suele pasar en su cine–, así que deben ser capaces de dejar una impresión duradera con un par de chistes y su propia pericia para soltarlos.
Discutiendo con un compañero periodista la serie, éste criticaba la (para él) evidente desidia del producto final y la escasa voluntad del cineasta para esforzarse ante un nuevo reto en su larga carrera. Es innegable que hay algo de eso en Crisis en seis escenas, que Allen ha querido hacer poco más que ofrecer un divertido entretenimiento que no va a dejar huella y en donde todo termina bien para todos. Pero esto no es un desprecio a la televisión, sino la propia manera que tiene el oscarizado director y guionista de afrontar el trabajo. Pasa a la siguiente idea, hace lo mejor que puede y el resultado final es el que es.
Y en este caso será un placer para sus seguidores más fervientes, ya que estos seis capítulos están llenos de ideas de lo más ingeniosas, que confluyen en un final descacharrante, que rinde explícito homenaje a la famosa escena del camarote de los hermanos Marx de Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935). Quizá se pueda calificar como una oportunidad perdida o un encargo aceptado a cambio de un cuantioso cheque –lo cual se puede decir en última instancia de casi cualquier proyecto seriado–, pero la calidez e inteligencia que desprende, así como la cantidad de ocurrencias y humor que la recorren hacen imposible despreciarla. Al menos por el arriba firmante.
FICHA TÉCNICA