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Paquita Salas 2ª temporada: el valor de lo auténtico

Tras una larga espera Paquita Salas por fin ha vuelto, y lo ha hecho a lo grande. Su segunda temporada ya se ha podido disfrutar en medio mundo gracias a Netflix. El estreno fue uno de los eventos más esperados del día de ayer, siendo trending topic durante prácticamente todo el día. Poca gente había que no estuviese comentando la serie, fenómeno que solo se ha visto en este país con series como El Ministerio del tiempo. Paquita Salas vuelve a demostrar que se pueden hacer comedias con el estilo sitcom en este país y generar, por el camino, una fanbase leal que esperan con las 09:00 de la mañana de un viernes para darle al play.

Más allá del fenómeno, ¿qué hay que comentar de Paquita Salas? ¿Ha cumplido con lo que se esperaba? La respuesta es sí, pero a su manera. La segunda temporada prometía risas todo el rato…y no ha sido tal que así. Lo que ha hecho Paquita Salas es un salto de fe y de confianza en su público, apostando por dar espacio a sus personajes y explorarlos con más madurez.

Hacernos reír no tanto por las bromas, sino por ese toque agridulce que a veces tienen las adversidades. Obviamente las bromas meta, las (auto)parodias y, en definitiva, las risas han estado presentes pero no han sido el núcleo de la serie. El núcleo de la serie ha sido lo que parece ser el tema recurrente de Los Javis: la búsqueda de una misma.

En su primer episodio se apuesta por los elementos comunes que han hecho a Paquita Salas lo que es. Se puede decir que es una fábrica de memes esos primeros diez minutos, con los que es imposible no reírse. Luego se va encaminando hacia la trama principal, pero sin dejar de lado las bromas y los momentos de extravagancia de su protagonista. Ya en el segundo comenzamos a ver vestigios de esa madurez, aunque el cameo de Ana Obregón eclipsa todo lo demás. La madurez emocional de esta temporada no explota hasta el tercer episodio, uno de los más bellos de la serie y un sentido homenaje a la profesión. Un alegato a lo auténtico.

Creo que no me equivoco al afirmar que lo mejor de esta segunda temporada de Paquita Salas es Lidia San José. Su naturalidad traspasa la pantalla. Su personaje comienza a crecer por su cuenta, adquiriendo profundidad, y Lidia consigue que sea alguien con quien no se puede no empatizar. Todo lo que se cuenta y se explora en ese paseíllo por los platós es tan real, tan verdadero, que llegas a sentirte Lidia por un segundo. El secreto es, para mí, el episodio que mejor resume qué es Paquita Salas.

Posteriormente la serie comienza su camino hacia el final y le da a Paquita su espacio y momento. Ver a Paquita frente al Eccehomo de Borja es algo que nadie imaginaba. El simbolismo de la secuencia resulta desgarrador. Brays Efe recita la línea perfecta en ese instante. A partir de ahí, Los Javis introducen los temas que mejor saben tratar.  El terror de volver a empezar, de encajar, de encontrar aquello que te haga feliz.  El valor por reconducir tu vida. De hacer lo que te llene, y también de abandonarlo porque ya no es para ti.

En una de mis secuencias favoritas, Paquita le cuenta a Belén la historia de Silke, con la que resume todo esto en apenas tres minutos. Surfear las olas o dejarte tragar por ellas. Un mensaje de adiós, pero también de esperanza, de abrazar lo incierto con ganas y ver qué pasará. Una muestra más de la filosofía que los han hecho tan populares: lo hacemos y ya vemos.

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