Al aficionado hay que respetarlo por encima de todas las cosas. Hace no más de tres semanas se puso el grito en el cielo por la Superliga, reconociendo que el deporte rey es propiedad de la gente y no de los delirios de grandeza de unos pocos. Sin embargo, los últimos partidos del Levante UD ponen de manifiesto que la importancia y el cariño por su gente es palabrería sin importancia. El equipo no compite, no corre, ha perdido el hambre y la garra. De estar hace cuatro semanas pensando en Europa, a mirar ahora de reojo el descenso por si se complica un poco la cosa.
Es inexplicable. Las cuatro derrotas consecutivas es la peor racha perdiendo desde que llegó Paco López al banquillo. Villarreal, Elche, Sevilla y Celta han dejado a cero el casillero del Levante que sigue con los 38 puntos con los que sacaba pecho hace casi un mes.
Si algo ha hecho esta racha, es sin duda poner de nuevo encima de la mesa la carencia defensiva que tiene el equipo. Cuando los de arriba ya están al límite de sus fuerzas y no generan como antes, los errores penalizan el doble, y por desgracias errores hay muchos y todos los partidos.
Los últimos partidos son una falta de respeto a los aficionados, que de nuevo se quedan con las ganas de poder soñar con algo más, y eso es injusto, más si cabe en un año como este en el que cualquier alegría es poca para compensar el año que nos ha robado la pandemia.
Campaña en el dique seco, Bardhi, Morales y Roger con menos chispa y los recambios no acaban de rendir. Esa es la realidad del Levante ahora mismo, una realidad que ni el entrenador puede explicar. No creo que sea todo culpa del míster, creo que gran parte de la responsabilidad de lo que sucede es del equipo en general.
Salvar la categoría parece ser suficiente para los jugadores cuando el club no se cansa de repetir que el objetivo es ser un fijo en primera y poder soñar con algo más en las últimas jornadas. Estaría bien que el club y sus empleados se pusiesen de acuerdo por el bien de todos, eso sí, que el acuerdo pase por querer ser algo más y no ser suficiente con salvar el año con un suficiente raspado.