Alberto Olmedo fue un capocómico argentino que desarrolló un humor que hoy resultaría políticamente incorrecto. En su personaje de aspirante a escritor llamado Borges, llegaba a la sala de espera de un ejecutivo editorial donde nunca podía pasar de la secretaria. A ella, para sobornarla y que lo recibiera el jefe, le decía: “Hay efectivo”. Pero ella no cedía.
En enero pasado, el portero Kepa Arrizabalaga decidió renovar por 7 temporadas más por el Athletic Club de Bilbao. Entonces, su cláusula de rescisión ascendía a 20 millones de euros y el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, se había mostrado dispuesto a pagarla (había efectivo) y hacerse con la ficha del guardameta de mayor proyección del fútbol español.
Pero su entonces entrenador, Zinedine Zidane, no estuvo por la labor y Kepa se quedó en el Athletic, con una cláusula de 80 millones y su contento manifiesto por quedarse en dicho Athletic “por muchos años más”.
La filosofía de cantera y de jugadores de la tierra vasca ganaba a la chequera. Pero no: el fútbol dejó de ser territorio de románticos idealistas (esa 'aldea Athletix') y es pasión de intermediarios dispuestos a rendirse a la chequera.
El miércoles 8 de agosto de 2018, Kepa depositó los 80 millones de su cláusula para fichar por el Chelsea inglés. Con su partida, una ruptura unilateral, comienza el gradual éxodo de los cromos más exitosos de la Liga.
A la salida del ex madridista Cristiano Ronaldo hacia la Juventus, se suma ahora la de Kepa al club londinense de la Premier League. Malas señales para el valor de mercado de nuestra competición liguera y para su imagen de “la mejor liga del mundo”.
Y ahora, el Athletic se encuentra con 80 millones de euros en sus arcas y sin Kepa, uno de sus mejores y más jóvenes jugadores, con una gran proyección por delante. Pudo más la chequera ajena que la filosofía propia.
En el comunicado oficial del club, la voz institucional indicó: “nuestro futuro se encuentra construido sobre una elección libremente adoptada en el pasado y que solo conlleva una sensación de orgullo.
A esta elección han servido cientos de jugadores y jugadoras que han considerado nuestro primer equipo como su aspiración; y esta apuesta se encuentra tanto en quienes han permanecido en el Athletic a lo largo de su carrera deportiva por deseo propio, como en quienes han tenido una salida no buscada fruto de las decisiones técnicas de cada momento”.
Pudo más el orgullo propio (esa sobreestimación de las propias capacidades) que la institucional gestión y retención de talento futbolístico.
Nos vamos quedando más solos en este fútbol irreversible. Con nuestras variantes de los pecados capitales: la pereza de no actuar de otro modo que no sea a través de altas cláusulas, la ira por la salida de Kepa (y la de Laporte a su tiempo); la soberbia, la avaricia, la lujuria y la gula de la cuantía de las cláusulas; y la envidia, ajena, de trabajar con la cantera más que con la chequera.
“Hay efectivo”, que diría Olmedo. Afortunadamente, también hay otro fútbol, aunque cueste más.
Alejandra Herranz, periodista y blogger
@aleherranz