Qué gozada ver ganar y jugar bien a tu equipo. Algo tan simple como capaz de alegrarte una tarde, un día entero, un fin de semana, incluso una semana entera. Parece que todo es mejor, que no te duele nada, que los problemas del trabajo son menos y que la lluvia no moja tanto. Estamos en días de vino y gloria, por qué no disfrutarlos sin pensar en cuándo terminarán. Porque terminarán, o al menos pasarán y dejarán sitio a otros de garrafón y mal cuerpo, pero como eso ya lo damos por descontado, disfrutemos del buen momento que estamos viviendo.
Esta semana viene apretadita, con el partido de este jueves ante el Alavés y la tan complicada como bonita visita al Ramón Sánchez-Pizjuán del domingo. Para mí como para tantos seguidores realistas del Sur, más conocidos como surrealistas, el domingo será especial, como suelen serlo los días anteriores, aunque con esta jornada entresemana habrá que aparcar un poquito la visita a Nervión para centrarnos en intentar volver a vivir una gran noche en el nuevo Anoeta, conseguir la segunda victoria en casa, ganar el tercer partido consecutivo, y continuar en la zona más alto de la tabla, desde donde todo se ve más bonito.
Desde siempre hemos venido pidiendo al equipo estar a la altura de la afición, siempre entregada sin esperar nada cambio. Mejor dicho, esperando algo a cambio pero siguiendo al pie del cañón a pesar de no ser recompensada. Ahora parece que la retroalimentación es equilibrada y acorde a nuestras expectativas, por lo que las leyes matemáticas tienen que saltar por los aires. La aritmética no vale en futbol nada más que para saber que un gol más otro son dos. Sin embargo, una afición entregada y un equipo volcado con su afición suponen una operación de resultado exponencial creciente y tendente a infinito. Newton, Pitágoras y compañía sabían mucho de números y crearon muchos axiomas dentro de los cuales todo cuadraba, pero no sabían que el fútbol se escaparía de cualquier ley o teorema. Suena la campana, toca recreo, toca partido. A jugar.