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Despedidas que gustan, besos y arrumacos

Oyarzabal celebra su gol al Mirandés (Foto: LaLiga).
Ion Urrestarazu

El próximo jueves a estas horas estaremos pasando la resaca de la semifinal de Copa. Me voy a quedar ahí, sin entrar en más detalles, no por superstición sino porque desde que mañana suene el pitido final del partido ante el Real Valladolid daré rienda suelta a todo lo que se me mueve por dentro desde hace semanas con el tema de la semifinal. Antes, como decía, está el Valladolid, equipo al que en la ida no pudimos vencer. Estuve en Pucela en aquel partido y a pesar de haber tenido alguna oportunidad clara que en caso de haberla aprovechado seguramente nos habríamos llevado la victoria, aquella Real Sociedad no era la de ahora, no era tan sólida, no estaba tan convencida como lo está ahora.

Está convencida, pero es de carne y hueso. No sólo porque la mayoría son chavales de veinte y pico años, que también, sino porque una gran parte de ellos además viven la Real como un aficionado más. Recordando las palabras de Imanol en rueda de prensa tras la ida contra el Mirandés, yo al menos le entendí perfectamente y para nada me pareció un error reconocer que seguramente ese gran recibimiento les pesó, que se les hizo más gigante aún la responsabilidad que ya llevaban encima y que les pudo atenazar en lugar de catapultar.

Cuando yo jugaba y estando en la portería veía de reojo en la banda a mi aita por ejemplo, siempre se me aceleraba el corazón más de la cuenta y los nervios aparecían sin poder evitarlo, y esto que digo imagino y estoy casi seguro que os habrá pasado a más de uno… y de dos. No me quiero ni imaginar lo que pudieron sentir ese grupo de jugadores dentro del autobús viendo aquella marea de gente, bengalas, bufandas y banderas. Que sí, que son profesionales, pero no son robots, y a la vista está su profesionalidad y capacidad que han respondido a gran nivel en los últimos retos que han tenido por delante.

El partido de mañana no puede ser otra cosa que esa gran despedida que se hace al que parte hacia la conquista de algo grande. Tiene que ser un partido en el que se arrope al equipo con una dulzura especial. Es casi imposible pedirle a la gente que va Anoeta que anime más porque cada partido se está convirtiendo en un auténtico espectáculo de vítores, algarabía y color, pero en cada salto, en cada grito, en cada puño levantado tiene que haber esa carga extra de energía positiva para Anduva. Pase lo que pase mañana en los noventa minutos, la despedida al equipo cuando saluden desde el círculo central tiene que ser como ese beso a tu pareja cuando te despides antes de subirte al autobús o al tren para volver días más tarde, ese beso que te eriza la piel y que te deja unos sabores y olores en la boca imborrables, incomparables e impermeables a cualquier otra sensación. Así es nuestra Real, un eterno amor de juventud, un beso eterno en la oscuridad del portal.

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