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Nuestro destino irrefrenable

Los jugadores de la Real Sociedad celebran un gol (Foto: Cristo García).
Ion Urrestarazu

No tengo el mismo convencimiento que entonces pero parecido. Tampoco son las mismas circunstancias ni el contexto, pero se van pareciendo. Me explico. Allá por enero y febrero, cuando la Real Sociedad era un auténtico cohete y una máquina casi perfecta de jugar al fútbol, de generar ocasiones y marcar goles, mi famosa corazonada era otro cohete echando fuego por la cola que despegaba a máxima potencia sin otro destino conocido que subir y subir hasta donde nunca antes habían llegado mis sueños.

A la vez de este despegue de emociones iba sembrando a mi alrededor semillas de esa corazonada irrefrenable que fueron germinando y dando brotes, hasta tener a izquierda y derecha un batallón de soldados convencidos por la causa y cegados por la fe de que después de tantos años íbamos a vivir un momento y un logro histórico. Lo dejé por escrito desmarcándome de cualquier atisbo de negatividad, en las ondas deportivas de la radio, en los cientos de mensajes de WhatsApp, en las barras de los bares, en los culos de los vasos de cerveza. Esa final de Copa en Sevilla llevaba mi nombre, mi historia, todo lo que me había pasado para ser quien soy y estar donde estoy estaba ya grabado en la plata del trofeo. El destino era ése, y era irrefrenable.

O al menos eso parecía y de eso estaba convencido. El recital del Bernabéu no hizo sino terminar de poner las cintas azul y blanca en una de las asas de la Copa, en Miranda nos regalamos un partido para el recuerdo del que no me preocupé ni dudé ni un solo segundo de las 18 horas de coche que hice en apenas poco más de veinticuatro. Fue entonces cuando llegó la pandemia, nuestra nueva compañera de viaje, y como un golpe de viento que entra por la ventana y arrasa con todo, las cintas de la Copa se soltaron como cuando a un niño se le escapa un globo y va alejándose y alejándose cada vez más mientras el niño lo sigue con la vista, con la mirada pérdida y con ganas de romper a llorar.

El destino hizo un derrape, de esos que dejan las gomas quemadas y marcadas en el asfalto, y de estar viendo por la ventanilla un paisaje de montes verdes y cielo azul pasamos de pronto a ver un paraje con nubes grises y campos yermos. Nos costó adaptarnos, tanto en el campo como fuera de él, pero pudimos finalmente vivir una alegría prácticamente sobre la bocina, la primera alegría desde el sofá de casa, solos, sin poder abrazarnos en el bar, sin poder estar en el campo intercambiando gestos y cánticos con nuestro equipo como en tantos y tantos otros desplazamientos.

Han pasado ocho meses y mi corazonada, como esas semillas que son capaces de germinar después de cientos de años en estado de latencia, me golpea el hombro cada día recordándome que el destino no nos ha dejado abandonados. Viendo a la Real en lo más alto de la clasificación y viendo cómo aquel cohete no había desaparecido en ningún agujero negro, sino que estaba dando vueltas y orbitando hasta encontrar un nuevo rumbo, siento, como dice la canción, que nada se pierde todo se transforma. Hoy es buen día para llamar a filas a quien se quiera alistar en este batallón del destino irrefrenable; una nueva victoria ante el Villarreal sería estar un poco más cerca de tocar las estrellas, otra palmadita en el hombro de mi querida y omnipresente corazonada.

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  1. Capitan Beltz

    Para poder alcanzar algo en esta vida, primero hay que imaginarlo muchas veces, soñar con ello y luchar por conseguirlo, y creo que esto comienza a ser un sueño colectivo de equipo y afición. Ojalá alcancemos las estrellas...