Tres partidos y tres puntos. Tres rivales de los que se suele decir “ganables” pero que no hemos sido capaces de superar. Tirando de coletillas podemos decir que hoy en día no hay rival pequeño, que cualquiera te puede dar un susto, que el que perdona termina pagándolo, etc, etc, etc. Sí, todo lo anterior es verdad, aunque también lo es que en todas las casas cuecen habas y que siempre lo nuestro nos parece lo más grave. Qué le vamos a hacer. Aún así, no me cambio por nadie.
No me cambio por nadie porque quitando a los tres todopoderosos de la liga y el inesperado equipo sevillista de Nervión, el resto de seguidores del resto de equipos no están como nosotros con el gusanillo y los nervios del sorteo de Champions de hoy. Tampoco están mirando los bombos ni haciendo conjeturas de a dónde hay buenas combinaciones de avión. Tampoco tienen el WhatsApp pitando cada diez segundos, entrando y saliendo mensajes con posibles grupos, rivales y destinos. Mensajes que buscan el equilibrio ideal entre un grupo con opciones y que a la vez tenga buenas salidas para volver a lucir el escudo txuri-urdin por el viejo continente. Si los grupos están ya al pil pil, no me quiero ni imaginar cómo estarán al final del día de hoy. Más de un móvil es probable que termine como las brasas de una sidrería en plena temporada.
No me cambio por nadie porque tras muchos años volví a estar en el estreno de liga en Anoeta y aunque no se ganó, ver cómo estaba el campo de gente con el calor que hacía y la fecha tan vacacional que era, fue más que suficiente para seguir reafirmándome en que este club, aún siendo el de siempre, está a un nivel social y de reconocimiento mediático que no para de crecer y crecer. No me cambio por nadie porque en julio pasé quince días enteritos en Donosti y comprobé, como siempre, que los niños y niñas de Gipuzkoa son y se visten de la Real. Para ir a la playa, para ir a los campamentos, para ir al parque, para dar un paseo, para lo que sea. ¿Cuánto vale eso?
Confío en los que han conseguido que en estos años la Real haya dado este salto cualitativo. Confío en que los que confían sigan confiando (no, no se ha apoderado de mí M. Rajoy) y en que sigamos teniendo los pies en el suelo y no caigamos en la tentación del juicio rápido y simplista. Me ilusiona volverme a ver subido a un avión esperando encontrarme al bajar en alguna ciudad de Europa a mi cuadrilla, familia, conocidos, y muchas, muchas camisetas de la Real. Me emociona pensar en las tardes-noches de otoño, con las calles ya oscuras, y sentarme con mi hijo delante de la tele, viendo esa toma, esa imagen de barrido de los jugadores de la Real uno a uno mientras suena el mítico himno de la Champions. Qué gozada.
Por todo esto y por lo afortunado que me hace sentir, no me cambio por nadie.