Hoy hace 25 años que te asesinaron, Aitor. Yo tenía 17 años y seguramente por eso, mis aitas prefirieron que no viajara a Madrid para ver aquel partido, al que sí fueron mi hermano, tres años mayor, mi prima y mi cuñada junto con otros amigos de veintipocos. Pero no estoy aquí para hablar de mí, sino de ti, Aitor. Y de tu historia.
Con esta conmemoración de los 25 años de tu asesinato, diversos medios han recogido, como nunca hasta ahora diría yo, el relato de los hechos de aquel fatídico día, así como de los meses y años posteriores. En resumen, una secuencia escalofriante, que a mí, y me consta que a mucha gente, le hace saltar las lágrimas de dolor, pena y rabia. Por eso no voy a volver a recordar los detalles de esa cacería ni del lamentable desarrollo de la vía judicial ni de las humillaciones a las que los realistas nos hemos visto sometidos en cada partido posterior en ese escenario.
Lo que sí me parece imprescindible y digno es que cada alma que anime a la Real en Anoeta o donde sea tenga claro que anima también en tu nombre. Ya sabes que Anoeta tiene una grada con tu nombre, una grada llena de juventud que salta, vibra y explota como ninguna. Una juventud de la cual la mayoría o no habían nacido cuando te asesinaron o eran muy pequeños como para enterarse. Esa gente, esa chavalería, tiene que saber lo que te hicieron, quiénes lo hicieron y qué tipo de personas son. La historia es historia porque no cae en el olvido y porque se transmite de generación en generación.
Y tu historia, que es también la nuestra, deben tenerla muy presente todos y cada uno de los que en tu nombre jalean, animan y apoyan a la Real de manera incondicional, pase lo que pase. Te diré que a mi hijo Andoni, de ocho años, le he contado lo que te hicieron y a pesar de su corta edad no he querido edulcorar nada. Se lo he contado para que sepa por qué esa grada que canta la canción de "Somos la banda de Anoeta, por eso te sigo a dónde vas", que tantas veces cantamos juntos, lleva tu nombre. Se lo he contado sin cortapisas porque así va a entender muchas otras cosas. No me importa que solo tenga ocho años porque si aquel día hubieran matado a su tío Iñigo, a su tía Koro o a su izeba Marta se lo hubiera tenido que decir.
No moriste Aitor, te mataron. O eso intentaron, porque no hay nada más vivo y eterno que tu recuerdo y nuestro orgullo. Yo seguiré honrando tu memoria hasta en el último rincón del mundo y espero que así lo hagáis todos y cada uno de vosotros que sentís que una parte de vosotros está en el cielo con Aitor. Porque desde hace 25 años el cielo tiene un sitio en la grada Aitor Zabaleta.
No olvidamos, eso jamás.