Di mis primeros pasos frente al recinto donde se jugaban los partidos oficiales del Málaga de aquella época: los Baños del Carmen. Con posterioridad, mi trabajo de masajista en el CD Málaga y Málaga CF me ha llevado a conocer muchos y variados campos de fútbol, auténticos estadios y no tan auténticos, aunque todos tenían un algo especial. Y cada uno ha tenido su parte de historia en mi vida profesional.
Mi primer año como masajista oficial del club me tocó debutar en el Luis Casanova. Para mí saltar a aquel campo me produjo una sensación de miedo y a la vez respeto, sentir ese murmullo de tantas miles de personas en un recinto cerrado es una sensación que impresiona. Después vinieron campos más humildes como Sestao, un campo de una frialdad terrible pero digno de envidia. Y un equipo con jugadores que en su mayoría eran trabajadores que por la tarde entrenaban y pedían permisos para poder competir. Eran otros tiempos. El año que estaban construyendo el nuevo Castalia, copia del Miniestadi del Barcelona y de Cartagonova, jugamos en un campo en la playa con gradas supletorias, como las del campo del Escobedo cuando nos tocó en Copa. Otro año nos tocó un campo donde estuvimos varios días sin poder ni entrenar ni jugar: Andorra. Cuando llegamos había metro y medio de nieve, así que no podíamos entrenar. Recuerdo al ‘Palomo’ Usuriaga (qepd) asustado con la nieve y el frío. “Doctor, el Palomo no puede jugar con tanto frío”, nos decía. La Federación nos obligó a esperar tres días al partido, pero no pudimos jugar. Tuvimos que volver, pero esta vez jugando en Mollerusa de prestado.
Ahora que veo los estadios sin público me produce tristeza y no puedo dejar de pensar en San Mamés, el Vicente Calderón, o ese Benito Villamarín, con un público siempre con alguna ocurrencia
Ahora que veo los estadios sin público me produce tristeza y no puedo dejar de pensar en San Mamés animando a su equipo o el estadio Vicente Calderón, o ese Benito Villamarín, con un público siempre con alguna ocurrencia. Recuerdo un partido contra el Betis. Benítez sacó a calentar a los jugadores del banquillo Azuaga, Rivas (qepd) y Emilio. Desde la grada se escuchó: "Estos ya han desmontado el futbolín".
Llegar al Bernabéu siempre ha sido un lujo, sobre todo entrar en ese estadio que tiene tanta historia. Yo he conocido el viejo banquillo, donde había un teléfono rojo y se notaba el paso del metro. Nunca olvidaré en el vestuario antiguo, ni a Kubala decirme: "Mira, en esa equina se cambió Di Stéfano y yo cuando vinimos con el Español". Con posterioridad lo cambiaron, lo hicieron más grande y con más lujo, pero menos histórico para mí.
Conocí el viejo banquillo del Bernabéu, donde había un teléfono rojo y se notaba el paso del metro. O su antiguo vestuario, en el que Kubala decía: "Mira, en esa equina se cambió Di Stéfano y yo cuando vinimos con el Español"
En todo campo, como os he contado, han ido sucediendo anécdotas, pero no se me olvidará el día en el que salimos Juan Carlos (el doctor) y yo para atender a un jugador en el campo del Rayo Vallecano y en un instante vimos correr por el campo a Manolo Villa y a un espectador detrás de él con un cuchillo. Villa estaba en el banquillo, tuvo sus más y sus menos con el aficionado y este saltó la valla y corrió detrás suya.
Una de las mayores ilusiones que tenía era poder competir fuera de España, y el año que vivimos los partidos de UEFA fueron impresionantes, el partido en Leeds, con miles de aficionados cantando con un frío terrible. El día anterior fuimos a entrenar y los jugadores se resbalaban de lo helado que estaba el césped. Después supimos que el terreno de juego tenía calefacción para los partidos. En el campo de AEK los recogepelotas tenían un cubo con agua para apagar las bengalas que tiraban sus hinchas.
Pero de esa época nunca olvidare Sarajevo. El día anterior al partido fuimos a entrenar a su un campo, donde se había celebrado la inauguración una Olimpíada de invierno, y en el silencio de la tarde escuché la llamada a la oración musulmana. Me quedé mirando a las montañas de alrededor y sólo se veían tumbas recientes. La guerra aún estaba presente.
En tantos años que pasé he visto cambiar de estadios, estadios viejos como el Luis Sitjar y el nuevo del Mallorca, equipo que tenía la tradición de regalarnos una ensaimada. He conocido el viejo Sarriá y cuando lo echaron abajo jugábamos en el estadio olímpico de Montjuic. En el Nou Camp, donde he vivido goleadas y una victoria muy importante. Ese campo tiene un vestuario muy grande pero muy frío y justo al salir, cuando bajabas las escaleras para el campo, tenía una capilla a mediación.
En todos estos años he conocido muchos campos, pueblos, capitales, césped natural embarrado, poco césped, moqueta como Terrasa, vestuarios pequeños, grandes, lujosos, otros para cerrarlos Sanidad. Pero en todos había ese olor especial a la competición, ese silencio antes de salir, esa tensión, esa alegría después de una victoria.
Han sido muchos estadios, pero si me preguntas cuál me ha gustado más o cuál me llenó más, echo la vista atrás y me quedo con el de mi calle embarrado y con charcos y dos piedras de portería donde los niños jugábamos a ser figuras del Málaga.
Javier Souviron fue masajista del Málaga durante casi tres décadas. Actualmente, aparte de su vinculación profesional activa al ciclismo y su pasión por la literatura y la fotografía, es enfermero en el Hospital de la Axarquía. Ahora comparte sus vivencias desde dentro en el blog de ElDesmarque 'El niño que soñó pisar La Rosaleda'.
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