Si pudiera elegir tener el talante y la vitalidad de alguien elegiría, sin duda, la de Joaquín Castillo. Cuando hace más 20 años iniciaba mi labor profesional siempre me resguardaba en la sede social de la Ciudad Deportiva acompañado de Valeriano Jarné, quien la bautizó como 'El Edén'. Allí nos abría siempre la puerta con una sonrisa el bueno de Joaquín, suegro de Ángel Lafita, Javier Villarroya y abuelo de Angelito y Nacho. Zaragocista de pro, siempre presente en las juntas de accionistas para apoyar y ayudar, fijo en La Romareda y sufridor confeso -jugando el nieto y sin jugar-.
Trabajador incansable en su sueño por mantener vivo ese espíritu de club que siempre hace crecer el lado amable de las gélidas instalaciones de la Carretera de Valencia. Hombre bondadoso y perfecto anfitrión. Mis jornadas sabatinas en Antena Aragón discurrían en la Ciudad Deportiva empalmando la rueda de Prensa del entrenador del primer equipo con la grabación del partido del División de Honor juvenil. Joaquín, Eugenia y el resto de su familia nunca permitieron que comiera sólo y compartía los espaguetis de Angelito cuando ya apuntaba hacia el fútbol profesional.
Lo que más me gustaba era cuando Joaquín me acompañaba al campo, sacaba una mesa del chiringuito, la ponía debajo de los pinos al lado de la escalera y preparaba unos 'chapapotes' (combinados digestivos). Nos agasajaba con cariño en todos los brindis navideños y no dejaba nunca que alguien hiciera corto de brasa en sus barbacoas. Hacía rabiar a Asensio en el guiñote porque él se lo tomaba con filosofía y el bueno de Salvador cómo si le fuera la vida en ello. Un crack,
Ya llevaba tiempo peleando contra el maldito bicho. Pero no lo he visto parado ni un sólo día. Hace tres semanas estaba descargando unas neveras muy pesadas y no tenía miedo a arrimar el hombro. Nos acompañó en las últimas esperas de los entrenamientos. Pero ya no se atrevió a ir a la presentación del libro del doctor Villanueva. Los zaragocistas siempre recordaremos al alma de la Ciudad Deportiva.