Por José Manuel Villarán
Ex consejero del Real Betis Balompié
Mi abuelo me dio dos buenos consejos para la vida: uno, a la mujer a la que quieras no le enseñes todas las cartas, aunque pueda parecer machista no lo era (él se refería más al misterio que a la confianza) y el otro, conserva siempre los amigos de la infancia. El primero me ha sido de gran utilidad y el segundo pretendo seguirlo cuando crezca. Mi abuelo se murió cuando yo tenía 18 años sin saber el regalo más hondo que me dejó en la vida: la empatía y la confianza. Me obligó a ponerme en el sitio del otro, me llevaba cada domingo al borde de los 5 años a un Sánchez Pizjuán mágico, repleto de ‘bertonis’ y ‘pablos blanco’, yo quería parecerme a la zurda de mermelada de un argentino que detrás del once escondía siempre una rosca o una sorpresa. Yo todavía no lo sabía y ya era bético, porque bético se nace muy a nuestro pesar. Rebelde, desordenado y soñador como somos los béticos, conversos como Pablo de Tarso, con 11 años cuando vestí la camisola del Betis ya sabía que no era un pijama sino mi piel.