Lo sorprendente es que este debate exista. Quizás sea cosa de no saber en qué punto se encuentra este Sevilla. Puede que aún prime más copar con innombrables términos futbolísticos una pizarra que ganar partidos. O a lo mejor el dato conoce algo que a la gran mayoría de mortales se les escapa. Pero sí, a pesar de todo, hay dudas en torno a la figura de Quique Sánchez Flores.
Con sus más aciertos que errores, el técnico madrileño consiguió colocarle las chanclas en abril a un equipo con constantes vitales muy alarmantes en el pasado diciembre (qué lejos queda ya). El miedo al descenso se apoderaba del Ramón Sánchez-Pizjuán y de una parcela deportiva que asumía un claro error de perfil para lanzarse a los brazos de un técnico pragmático. Donde dije digo, digo Diego.
Quique no engañó a nadie. Desde el orden, el entrenador comenzó a minimizar las carencias de una plantilla cada vez más corta y devaluada. Se cocinó su particular mercado invernal dotando de confianza a un Isaac Romero sobrado de unas cualidades que casi todos veían, pero sin experiencia en la élite. Ante los más que evidentes problemas en el centro del campo, él potenció las individualidades de primer nivel que aún quedan en nómina para volver a ser un equipo que aprovechase sus ocasiones en área rival. Pero sobre todo, comprendió la situación desde aquella noche en Los Cármenes en la que los desplazados sevillistas volvían a sentir qué era eso de ganar un partido de fútbol.
Fuera del terreno de juego, Quique Sánchez Flores también ha mostrado qué tipo de gestor de grupo es. Quizás pecó de inocente por confiar en el talento de algún activo sevillista (un gran halago), pero pronto bajó del barco a aquellos que no estaban por la labor de remar. Y remar tela, porque este Sevilla no se iba a salvar hasta que todos entendiesen el presente deportivo que atraviesa la entidad. Y lo que hasta hace poco podría haber provocado un incendio de grandes magnitudes, acabó en una mera patada a varias botellas de agua y un puñado de goles de un delantero que ya es historia en rojiblanco.
Y si a todo lo citado se le añade la experiencia adquirida a razón de los errores pasados que ha cometido el club hispalense con su banquillo... el debate debería estar más que zanjado. Pero sí, aunque aún sorprenda a propios y extraños, el Sevilla actual sería capaz de tropezar dos veces con la misma piedra.
El sobrino de Lola Flores puede que tampoco cante ni baile, como aquella frase apócrifa que definía a la perfección a la Faraona y que nadie encontró por los archivos del The New York Times, pero consigue ganar con un equipo que parecía que no volvería a hacerlo jamás. Y eso, en la situación actual que atraviesa y con el futuro más inmediato que se le viene, el Sevilla no debería perdérselo.