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Larga, muy larga

32 años siguiendo la información del Athletic.

Iñigo Markínez, Cadena SER Euskadi

 
Y táctica. Las campañas a la poltrona de Ibaigane llevan camino de convertirse en culebrones infumables que, aunque a muchos medios de comunicación les sirvan para llenar páginas y minutos, desesperan hasta el más pintado. Entre “ponte bien y estate quieta” los comicios, entre precampaña, campaña, elecciones y el post, se dilatan durante dos más de dos meses.
El cambio de estatutos que rechazaron los socios compromisarios, temerosos de perder su escasa cuota de poder o su estela de figurantes, se antoja urgente cuando se habla de elecciones. Resulta absurdo batir este tipo de record cuando, a la vez, se argumenta que las elecciones tienen que celebrarse antes de julio. ¿Se pretende que el punto más álgido de la campaña cohabite con los últimos partidos de Liga, esos en los que el Athletic se juega su meta deportiva? 
 
Este año, los dos candidatos mueven sus piezas como si se tratara de una partida de ajedrez. A la vez que sopesan el siguiente movimiento, con el rabillo del ojo están pendientes de la actuación de su enemigo.
Afortunadamente, los dos son buenos candidatos, no como en elecciones pasadas. Su currículo es muy rojiblanco. Urrutia lo tiene demostrado como ex jugador y socio del Athletic. Macua con su brillante gestión durante los últimos cuatro años y con su carné de socio en el bolsillo. Dos candidatos de garantías, aunque no tanto algunas de las personas que les rodean. Y no me refiero a los componentes de las planchas, que hay de todo, sino a esos satélites que aparecen cada año medrando y dando palmadas en las espaldas de los futuribles presidentes.
Lo alucinante es que, alguno, lo mismo se arrodilla con perversas intenciones delante de un candidato que, cuatro años después, da jabón al rival. Va siendo hora de que desaparezcan de la escena rojiblanca y que dejen de convertirse en poderes en la sombra que pretenden controlar un club que les viene demasiado grande. 
 
Las elecciones son siempre un ejercicio de sana democracia, a pesar de la duración excesiva y de los bultos sospechosos hambrientos de poder que desde una segunda fila acompañan a los candidatos. Pero lo importante no es la campaña, ni siquiera el día electoral o el candidato que salga elegido.
Lo trascendente es el día después, esa jornada en la que hay que sumar y dejarse de poner chinitas en el camino del vencedor, cerrar heridas, y, si no facilitar, si por lo menos no entorpecer la legislatura del elegido. Vamos, que la candidatura derrotada cierre la persiana y que la oposición no vuelva a aparecer hasta dentro de cuatro años.  
 
 

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