Es el punto de partida y el final de lo que a mi parecer ha sido la carrera profesional de este jugador irrepetible. Indómito por naturaleza. Intachable en su proceder de acuerdo con su propio código. Mi punto de vista se basa en vivencias y anécdotas personales, huellas en el recuerdo. La historia del fútbol dirá lo que diga. Esto es lo que yo he vivido.
Al igual que ocurrió por parte del público, los periodistas tardaron mucho tiempo en rendirse a la evidencia. Incluso algunos, como el difunto José Mari Múgica, “rojista” confeso de última hora, en los primeros años bromeó a mi costa por mi declarada pasión por el joven jugador. Y más de uno le consideraba insoportable.
La convivencia tan cercana, alejada de la perversa persecución mediática actual, hizo posible que nos relacionáramos con sus padres. Aquella chulería que se le achacaba no era más que la manifestación de un joven que vivía para el fútbol. “no perdona la siesta”, decía su madre. Su padre me contó que pasaba muy malas noches después de los partidos y muchas veces tenía que acudir a arroparle. Este detalle coincidía con lo que Nando (Fernando González Balenciaga), me contaba de sí mismo. Incapaz de ingerir alimento antes o después del partido, Nando no pegaba ojo en toda la noche porque le pasaba por la cabeza la película de las jugadas. Cuando pedí a Nando, por entonces comentarista de nuestra Emisora, su opinión sobre Rojo, dijo que no hacía falta más que verle sobre el campo “con la cabeza siempre levantada, como un gallo, sin mirar al balón”.
El pasado domingo escuché decir a Butragueño que el joven Jessé, además de mucho fútbol tiene mucho carácter, indispensables ambas cosas para jugar en el Real Madrid. Ese carácter lo demostró Rojo en el partido disputado en Milán cuando a punto de que el Athletic cayera eliminado enfiló hacia la portería (ahora se diría esa frase tan ridícula de echarse el equipo a la espalda) y obligó al defensa lateral a cometer un penalty que, transformado por Madariaga, provocó un incendio virtual en el estadio de San Siro y la quema real y verdadera del coche propiedad del infeliz futbolista italiano.
Ya quisiéramos contar ahora con jugadores tan flemáticos como Rojo que en acciones individuales y con personalidad se atreviesen a fallar, porque si no se intenta nunca les llegarán las soluciones de rositas.
Aparte lo que haya puesto de su parte, su físico y elegancia le ha favorecido. Al igual que Panizo y algún otro, como Iriondo, ha lucido de manera impecable el uniforme de futbolista. La estética también cuenta.
Se despidió del fútbol sin pensar en el beneficio de su partido homenaje y consiguió el sueño de que el contrincante del Athletic fuera la selección inglesa.
Ha sufrido acciones infames en su vida profesional, como la que le impidió ser campeón de Liga por esa animadversión de Clemente hacia ciertos superclase (Sarabia es otro ejemplo) y aquella campaña electoral en la que siendo entrenador del Athletic, llegando un día a San Mamés nos encontramos en los aledaños de La Misericordia, con el insólito despliegue de las carpas de los candidatos a la Presidencia del Club, entre los que destacaba Jose Mari Gorordo y Santi Francés. Ya habían proclamado que no contarían con él para la siguiente temporada. (Hablo de memoria. Él se acordará mejor que yo).
Por aquello de considerar que Rojo ha sido una figura singular en el mundillo de Bilbao, termino con una anécdota de la que yo no me hubiera acordado si no fuera porque mi amiga Blanca Giménez, de mi misma edad, no se cansa de rememorar. (Ella se ha hecho futbolera desde que yo escribo en El Correo).
Sería el año 1965 que corresponde a la presentación en España del modelo Simca 1000. Mi amiga fue de las primeras en adquirirlo. Yo tenía un 600. Compañeras de trabajo en Unquinesa, hacíamos cuatro viajes diarios, intercambiando el coche según nuestros planes particulares. Salíamos de la oficina en Axpe-Erandio a las seis de la tarde y aquel día Blanca conducía su coche y yo viajaba de copiloto. Había un lugar de moda, llamado La Bolera en la zona entre Alameda de Recalde y Rodríguez Arias, próxima al cine Consulado. Zona “ideal” para aparcar. Un grupo de chicos, apoyados en la fachada, observaban la maniobra de Blanca. Al fin, uno de ellos, el más elegante, mano en el bolsillo y la gabardina colgada del brazo, estilo Bogart, se aproximó para dirigir la operación. Era Chechu Rojo. Si Blanca Giménez lo recuerda como si fuera hoy, no dudo que así sucedió.
Al final va a resultar que Rojo no ha sido un gran futbolista sino un chico muy guapo.
Por Sarita Estévez Urquijo, 'Marathon', periodista