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Subir el último paso de la escalera entre todos

Hoy escribe el periodista Beñat Zarrabeitia.
32 años siguiendo la información del Athletic.

Cuando aún no hemos alcanzado la mitad del mes de febrero, el Athletic Club ya ha disputado la friolera de 36 partidos oficiales desde que en verano arrancó el sueño de la Champions en el vetusto San Paolo de Nápoles. La trayectoria del equipo, especialmente en Liga, ha estado muy lejos de lo que la mayoría de la hinchada esperaba; la senda de la irregularidad y los malos resultados han sido una constante en la competición que Valverde ha señalado como la más importante.

Sin embargo, pese a que la clasificación dista mucho de ser buena, los leones siguen vivos en las tres competiciones. Un elemento que cabe ponderar en positivo y que demuestra  la capacidad competitiva de una generación de futbolistas que se ha acostumbrado a convivir con la posibilidad de luchar por los títulos. Paradójicamente, más si lo comparamos con la ilusión vivida durante el mes de agosto, el ambiente que se respira en la víspera de la semifinal copera ante el Espanyol es más frío que en ocasiones anteriores. Nadie duda de que la temperatura subirá en San Mamés y que alcanzará su punto álgido en caso de volver a conseguir superar la eliminatoria. En 2009, el Athletic acumulaba casi un cuarto de siglo sin jugar una final, las imágenes de la Gabarra y del Bilbao industrial de los ochenta se habían incrustado en el imaginario colectivo. El recuerdo entre quienes lo vivieron permanecerá inalterable, mientras que todos los aficionados que no llegaban a la treintena soñaban con poder asistir a una catarsis de esas características en una ciudad que ha cambiado notablemente su fisonomía. Las opciones de ganar se esfumaron en Valencia, pero la ocasión se repitió tres años después. El espectacular juego desplegado y la obtención del pasaporte para dos finales, disparó la ilusión. No había rincón sin bandera y el optimismo era desbordante, el batacazo fue de las mismas proporciones y la resaca extremadamente dolorosa. Quizá sea por el rendimiento ofrecido hasta el momento, tal vez la nueva costumbre de volver a estar en la pomada o puede que una visión pesimista de una hipotética nueva final ante el Barcelona sean los principales elementos que generan recelo. Pero no hay que perder de vista, que sin el calor humano, el Athletic no volverá a jugar la final y la sensación sería muy amarga. Eso es algo que todo el entorno debe de tener claro, ya que el Espanyol es un rival muy complicado, con delanteros acostumbrados a hacer daño a los rojiblancos, y el partido de vuelta en Cornellá-El Prat puede reforzar las opciones de los pericos.  Hay que interiorizar el hecho de que jugar una final resulta un éxito enorme y que competir para ganarla supone el último paso de la escalera al cielo. En los últimos seis años nos hemos acostumbrado a estar en esta tesitura, pero no cabe olvidar que durante casi 25 años fuimos apeados por el Castilla, el Xérez, la Gimnástica de Torrelavega o el Real Unión. Las cosas hay que ponerlas en valor y probablemente se necesite una atmósfera más sosegada que en las anteriores ocasiones para interpretar mejor lo conseguido y gestionar de forma correcta la adrenalina colectiva. Para ello, hay que eliminar al Espanyol, con el empuje de todos y todas, el equipo lo puede conseguir. La ocasión lo vuelve a merecer. #ZurekinFinalera
Por Beñat Zarrabeitia, Periodista y comunicador  

@bzarrabeitia

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