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El Tercio del Manzanares

32 años siguiendo la información del Athletic.

Los libros, los poemas épicos y hasta las obras pictóricas de varios siglos alababan en Europa desde la Edad Media la hermosura de una carga de caballería.

Las corazas brillando bajo el sol, la velocidad de las monturas bien domesticadas para la batalla, el despliegue al trote ocupando el campo. Y, por fin, la carga al galope. Coordinada, interminable, valiente y  embebida en un halo de perfección estética. Nunca se ha visto mayor exponente de un movimiento ofensivo en la guerra. La gloria siempre fue para los caballeros.  Cierto que la caballería resultaba cara. Las armaduras, las espadas, los propios animales y su adiestramiento, al margen de la intendencia precisa, no las podía pagar cualquiera.  El siglo XVI vio el amanecer de una nueva manera de plantarse en el campo de batalla. Fueron los Tercios. Sus miembros no eran nobles. Eran tipos que buscaban una soldada y ver el amanecer del siguiente día. Formaban cuadros integrados por piqueros, espadachines y arcabuceros a las órdenes de un maestre de campo, alféreces y sargentos.
Se desplazaban a pie. Y su mayor arma era la disciplina, la solidaridad y la confianza en si mismos y su estrategia. Cerraban filas hombro con hombro formando una muralla defensiva de varias líneas de picas. Los arcabuceros disparaban desde los flancos. Cuando la pelea se trababa, los espadachines salían de entre sus compañeros para atacar a los rivales trabados entre las puntas de las picas.   Lo mejor de las caballerías europeas, elogiadas y glorificadas hasta el infinito, se estrelló durante décadas contra los Tercios en unas refriegas en las que la eficacia, la solidaridad y la disciplina se impuso una y otra vez al poder económico y la leyenda de los jinetes de las grandes casas nobiliarias y los reinos.
El Atlético de Madrid de Simeone recuerda mucho a aquellos Tercios. Cuenta con un maestre en el que creen ciegamente, unos piqueros temibles (Godín, Jiménez, Savic, Gabi, Koke, etc...), buenos arcabuceros (Juanfran, Filipe Luis, Carrasco, Saúl, etc) y excelentes espadachines (Griezman, Torres, Correa, etc...). Pero, sobre todo, confían en el cuadro que forman.
Cierran filas esperando que el enemigo llegue hasta las picas, conscientes de que los espachines y los arcabuceros harán su trabajo. Les da igual que los poetas canten la hermosura de la carga rival. Ellos quieren cumplir su misión, librar su batalla y esperar a la del día siguiente.   Su épica es la del profesional que apoya su hombro en el del compañero y se vacía junto a él. Y su gloria, la del vestuario.   ¿Dónde reside la belleza? 
Por Javier Gamboa, periodista 

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