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Que tiemble el rival

Igor Santamaría

Este folio en blanco estaba destinado a escudriñar el por qué anida en el vestuario y plantel técnico rojiblanco la sensación de no estar siendo valorada en su justa medida por los medios de comunicación cuando el equipo ha solventado hasta la fecha con suficiencia su papeleta europea y copera, y aún puede mirar hacia arriba en el ascensor liguero.

No han sido pocas las estimaciones de jugadores y hasta del propio míster señalando, por ejemplo en palabras de Muniain, que "la gente se cree mucho lo que lee". Desestimé este encargo profesional porque sería nuevamente arrogar a la prensa un ejercicio de inoculación que dista bastante de la realidad teniendo enfrente a una afición que es sabia en vertir juicios de valor hacia un conjunto que, dicho sea de paso, vence pero, esta campaña, no termina de convencer.
El periodista de turno encargado de profundizar en las sensaciones de este Athletic Club no está obligado a caer en un hooliganismo propio de otros colegas televisivos con otros colores. Digamos que los leones caminan con expectativas a las que, por unas u otras razones, les falta condimento para creer en ellas a pies juntillas. Materia prima, hayla.
Recuerdo que cuando esta plantilla, con otras identidades, se movía en el alambre del pozo la pasada década, fue Javier Clemente quien alertó de que el problema residía en la fragilidad defensiva de un bloque que era el más goleado de todos los que habían jugado siempre en Primera División este siglo, entre otras historias porque carecía de un liderazgo como el que pudo ejercer Goiko en su época.
Pues bien, han bastado tres meses para predecir que un chico, precisamente de Barakaldo, tiene todos los argumentos para erigirse en el faro que desde atrás comande la nave a buen puerto en un futuro inmediato. Quizás el fútbol sea de las cosas menos importantes en las que el chaval piense estos días, pero hay tanto balón en sus botas que no tardará en derrotar al inoportuno rival con que se ha topado así de pronto.
Me viene a la memoria aquella final de juveniles ante el Madrid donde, pese a la derrota, demostró que su fulgurante ascenso al primer equipo no ha sido fruto de la casualidad. Por entonces trataba de superarse por arriba y consolidaba su sentido de la anticipación y la destreza para salir con el cuero cosido a la bota.
De agresividad va sobrado y no conoce el miedo. Su coetáneo Williams, Villalibre o Unai López aparecían más en los papeles pero él se fue ganando el respeto con su trato afable, lo que se entiende por un chaval formal. Aficionado al skyboard se deslizó por la pendiente a ritmo de house y se plantó a las órdenes de Valverde cual Puyol besando un brazalate que, seguramente, no tardará en hacerse con él pero rojiblanco.
Las alabanzas que recibe estos días no son pose porque ya se escuchaban en los corrillos hace semanas. Derrocha poderío, que en el fútbol no hay mejor virtud. Lo que en el Athletic se traduce por valentía, raza y coraje. No hay duda de que en los próximos años se escribirán ríos de tinta sobre las hienas que le tentarán dinero en mano porque está predestinado a ocupar grandes titulares.
Hablamos de Yeray, y es de todo este caudal de potencial de lo que seguiremos ocupándonos pronto. Porque de lo otro ya se encargará él de ponerle en su sitio. Muy lejos. Como le dije a un amigo con idéntico oponente, hay partidos que, como este, se saben ganados de antemano.
Por Igor Santamaría, periodista diario Deia 

@Santawarrior

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