Hay personas que de nada vivirían si no se hablase de sus tropelías y desmanes, se sentirían ultrajados si fuesen ninguneados por la prensa rosa. Subsisten penosamente de sus propios, y hasta falsos escándalos. Para ellos volverse invisibles significaría la muerte.
Otras por el contrario deben dar ejemplo y cumplir con unas fáciles normas de convivencia. Los ejemplos más notorios serían los representantes eclesiales, los políticos y los deportistas de élite.
A pesar de ser bastante simple acatar esos códigos algunos insisten en pegarse un tiro en el pie. Los elegidos, los que han tenido la oportunidad de frotar la lámpara mágica también son capaces de llamar la atención de manera repugnante y pedir que se respete su intimidad, cuando son estos los que deben respetar la de sus acólitos y ser ejemplo de buena conducta.
No distinguen entre lo público y lo privado ni en mear fuera de de un tiesto si no les salpica, y encima tienen hasta la suerte máxima del mas rastrero de los corporativismos.
Como si escondiéndose entre la manada pasaran desapercibidos y la opinión pública no distinguiera que son en realidad unos pobres diablos que no se merecen la condición de ídolos.
Hay que aplaudirles sus gracias y comprender sus desgracias para que no sean castigados. Lo siento mucho pero no seré yo quien lo haga.
Por Patxi Herranz, periodista de El Correo y Radio Popular