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Saber ganar y perder: Tadej Pogacar dignifica el ciclismo en el Tour

Kuitxi Pérez

´Tour de France´. Es la enésima vez que cargo contra la última etapa del evento ciclista más prestigioso del mundo. Es el que toca. Y es que, si el corredor que al último acto de París ha llegado vestido amarillo es proclamado  vencedor virtual de la carrera, ya que el espectáculo de los Campos Elíseos es una pamema, ¿por qué no alcanzar el summum de la coherencia? Sencilla es la tarea. Que en la normativa del señor Prudhomme quede claro que en la etapa de París no se tendrán en cuenta los tiempos de cada ciclista; que lo que se consiguió en la víspera sea la atadura definitiva para poner a cada corredor en su lugar.

Que en la ´misa de París´ sea bendecido el ´sprinter´ más veloz, el que pasa primero la línea de meta tras unos metros finales de locura. Y es que, tras una edición fantástica, ver al ´Jumbo Visma´ enlazado a lo ancho de la carretera a falta de 80 kilómetros para la conclusión de la ronda gala me parece una mofa, una burla, bufones disfrazados para imitar a los ciclistas de verdad, que se quedaron en la meta para evitar una caída que habría puesto la competición en entredicho.

Jonas Vingegaard, ganador del Tour de Francia 2023 (Foto: Cordon Press).

He ahí al ´vainqueur´, ¡Qué parecido tan logrado con el danés! Le dijeron que rodara a medio gas. Que su sonrisa fuera tan ancha como cuando, el día anterior, salió a la palestra para lanzar el ramo de flores a una multitud que se había congregado como si a una boda. "El que lo coja será el siguiente en casare".

Más allá de esta denuncia, que será arrojada a la papelera de todos los ´emails´ del mundo, poner en valor este Tour que, en lo que a mí respecta, me ha hecho enloquecer. Ya se podría estar disputando al mismo tiempo un Mundial de fútbol. O una Liga en la que el Athletic Club se mantuviera en el liderato luego de cinco partidos desde el inicio. O, incluso, unos juegos Olímpicos a los que Usain Bolt habría regresado tras mantenerse criogenizado en una cámara escondida en los confines del mundo.

Se sabía que el esloveno Tadej Pogacar llegaba a la salida muy justito tras ser operada su muñeca luego de una caída inoportuna.

Dos meses. Con dos meses de desventaja respecto a su rival más enconado se acercó la `perla de Matxín´ a la salida de Bilbao. Así y todo. Con poco más de medio minuto la llegó a la endiablada contra reloj. Iba cediendo. Y terminó cediendo, casi, de manera definitiva. Hasta que llegó la terrorífica ascensión al ´Col de la Loze´. Fue entonces que esos dos meses de desventaja con respecto al que partía como favorito en la ´Gran Boucle´ lo apartaron de manera definitiva de la pelea por el cajón más alto del podium.

Jonas Vingegaard, ganador del Tour de Francia, junto a Pogacar y Yates (Foto: Cordon Press).

Así y todo, Pogacar había demarrado en los puntos decisivos de todas las ascensiones. Y a todas ellas le respondió el líder danés con una facilidad insultante. Y ya que se habla de ´insultos´, denunciar el comportamiento de de tanto talador que pretendía hacer leña de un árbol que nunca llegó a caer.

Pogacar sabía mucho. Demasiado, Tanto, que se había convertido en su saber. Callaba, sin embargo. A pesar de tanto ´listo´ que se permitía la osadía de diagnosticar la dolencia del esloveno: “Ese continuo atacar lo ha  dejado desfondado”. Hasta el propio Vingegaard se sumó a la orquesta  cual Remiro metiéndole el dedo al Athletic en las noches de llagas y vinagre.

No sabía ganar. Cuando en la anteúltima etapa, Vingegaard y Pogacar se citaron en duelo con la necesaria presencia de un testigo, el mundo del ciclismo asistió a la escenificación de la elegancia y el pundonor, y a esa otra que tiene que ver con la arrogancia del que pretende dar el golpe definitivo que termine con su rival en la lona para, de seguido, ser ingresado en la “habitación del sueño”.

Por la culata habría de salirle  el tiro al ´cazador´ danés. Vingegaard. Que no pierde de vista a su pieza girando una y otra vez su cuello para tratar de ver las intenciones de sus ojos.

Jonas Vingegaard celebra su segundo Tour de Francia en París (Foto: Cordon Press).

Mientras, como si la víspera y el día después se desarrollaran al mismo tiempo, he ahí al ganador invitando a una copa de champán a los suyos en plena carrera. Patético.

Está claro que Vingegaard quiere amarrar la etapa. Y, de paso, darle el tiro de gracia a su rival. Tadej no necesitó resucitar para ser ´ballena´ que se  tragara al ´profeta´ Jonás en un final de etapa prodigioso. Saber perder. Saber ganar. Si me dan a elegir entre el esloveno y el danés, me quedo con Pogacar. Que ha sabido ganar; que ha sabido perder. Porque no siempre el que termina de amarillo en Paris es el mejor ciclista .

Este Vingegaard que, anchando la carretera para llegar junto a sus compañeros, está superando la línea de meta. Exhibicionismo obsceno de un ciclista  que, así que lo mire mil veces, no termina de entrarme por los ojos. Disputarle a Tadej la última ´etapa de verdad´ me pareció una grosería. Ser superado, en cambio, la última prueba que se necesitaba para saber que en París no habría de ganar el mejor.

• Por Kuitxi Pérez, periodista 

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