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Manifiesto de la muerte

Juan Carlos Aragón

En muchas filosofías de bachillerato, bien en el capítulo de la metafísica, bien en el de la antropología, algunos ilustres fabricantes de libros de texto afirman que “el hombre es el único animal consciente de su condición mortal”. Pero la conciencia de la mortalidad está claro que este animal nunca la ha llevado bien. Están quienes la viven con horror y pasan los días en la prisión del miedo a la muerte y, por otra parte, quienes no la aceptan y se agarran a cualquier religión con la esperanza (vulgarmente conocida como “fe”) en que después de esta vida haya otra, mejor y eterna, sin caer en el hecho de que una vida eterna nunca puede ser mejor, pues lo que no tiene fin, no tiene sentido. Y si, para colmo, follan poco y mal en esta vida, imagínense lo que supondría en la otra.

Aunque no lo escogemos —normalmente nos viene de fábrica—, hay quienes vivimos asumiendo la realidad del ser mortal que somos como referente principal de nuestra propia vida y, en base a ello, organizamos el territorio personal de la experiencia y los valores. No somos una mayoría, por desgracia. Si lo fuésemos, no abundarían de la manera que lo hacen quienes viven de la nostalgia o de la esperanza en el porvenir, las dos autopistas sin retorno para olvidar el sentido de la única existencia real: el presente de indicativo.

Me da pena ver a los de mi especie brindando con cava por un décimo de lotería. Valdría el brindis si fuera el mismo sin el décimo. Suele coincidir con la misma gente que no sabe saludar al sol de la mañana, a la nube o al aguacero, a la luna o al horizonte, a la montaña o a la pared. Pero suele coincidir también —y esto es más doloroso— con quienes viven amontonados en el odio, el rencor y el miedo a la derrota, como si ello les fuera a alargar la vida o —en el mejor de los casos— arreglársela, cuando justo eso es lo que hace que suceda lo contrario.

El poder y el dinero, como valores per se, implican necesariamente una relación de dominio sobre los demás que, además de joder la vida ajena, jode la propia. El dominio sobre los demás te convierte en esclavo de ti mismo porque te obliga a formar parte de una relación inmoral para asegurarte la supervivencia. Quien domina nunca es libre pues necesita un complemento directo para afirmarse. Y si se invierten los términos de la relación se continúa sujeto al mismo orden invertido. Como dicen que decía el feo sabio ateniense, “es peor cometer el daño que padecerlo”. Cuanto más de más están los demás, más autónomo y libre es el sentido que puedes darle a tu existencia.

Los hay tan ridículos como los antiguos faraones, quizá los primeros tontopollas que inauguraron la sublimación de la gloria póstuma. Empeñarse en lo póstumo equivale a dejar de vivir para ocuparse de una idea que nunca se hará real para nadie. Siempre río cuando juego a imaginar mi velatorio. Pero observen el verbo: “juego”. No anticipo más porque la novela no está acabada. Ojalá pueda hacerlo antes de que acabe yo. Es la única manera que tengo de vivir que seguro no podré vivir. Mientras, disfruto de lo intrascendente. La gloria póstuma y el interés en la trascendencia son los peores indicadores de la pobreza vital, pues si ya es absurdo soñar con el por-venir (lo por venir no garantiza que venga), aquellos síntomas debilitan la concentración en el tiempo y el espacio presente. Otro delirio religioso.

No hace mucho oí decir a un ilustre académico de nuestras letras que su éxito era “vivir sabiendo que iba a morir”. Es cierto que mucha gente no lo sabe. Y así vive. Y así nos hace vivir a quienes estamos cerca: encarcelando la existencia entre lo que fue y lo que será, o sea, entre lo que no existe. Yo, a medida que la edad me ha ido invitando a revertir la percepción de lo temporal, cada vez estoy más sereno de ver cómo la muerte es el mejor final que puede tener la vida. Si acaso algo me duele de la muerte es solo eso que te he avanzado antes, lo de no disfrutar de mi no-ser, de mi incineración, de la apertura de mi testamento, el homenaje de la AAC… ¿Y si al final resucito cual Aquel? Mejor la novela.

A la gente no es que le dé miedo la muerte. Lo que le da miedo de verdad es ver la vida que llevan. La muerte no es tan mala. Ni siquiera es. De hecho, yo no le temo. O será que me estoy preparando para el presumible e inevitable nuevo gobierno de la Junta. Aunque tampoco. Mientras Cádiz resista…

Porsierto, posdata: Feliz Kichidad (que mesolvidaba que mañana es el cumple der Suli).

JUAN CARLOS ARAGÓN

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  1. Pasaba por aquí

    En honor a la verdad, fue el Gordo el primero en cantar el "a por ellos". Comenzó en el Carrusel de la Plaza, finales de los ochenta; había olido antes que nadie la zanahoria pro-gubernamental y la saboreó hasta el empacho —Canal Sur mediante—. Los PERonistas, que al final de la era de Galiano ya andaban incómodos con Cataluña, decidieron incluir a los carnavaleros de éxito en el fondo de reptiles, junto con la prensa; por lo que al Gordo siguieron casi todos los punteros, y este 'casi' lo justifica solo alguna rara avis. Luego la Rubia —también muy dada a la publicidad institucional— imitaría el modelo a nivel local. Dos cuestiones: 1ª- El "a por ellos" se cantó en Serbia. Después, ya sabemos todos que hicieron los serbios con los bosnios —también eslavos, pero que profesan otra m̶e̶n̶t̶i̶r̶a̶ fe—. Algo que luego finalizó Solana, un ministro psoecialista al frente de la OTAN arrasándolos a todos. 2ª- De resultas de tanta zanahoria, la copla propaganda, en forma de tango o pasodoble, infundió naturaleza andaluza y española en un pueblo hasta entonces orgulloso de sentirse cantonalista.

  2. Tiriti Tran

    Revolucionarios fueron Copérnico y Galileo, que nos sacaron del centro del universo; Descartes, Leibniz y Newton, padres del calculo —base de la ciencia—; Darwin, que nos reintegró al mundo animal; Tesla, que inició la revolución tecnológica... El progreso no es político —promotores de masacres—, ni religioso —promotores de masacres—, ni filosófico —coartada de masacres—. El bienestar aparece gracias a la tecnología. Sí, la ciencia es lo único que viene aliviando el tránsito de la humanidad, proporcionando salud, descanso y ocio. Y, sólo hay una ciencia: la física. Todo lo demás es asistencia social. La ciudadanía piensa que los docentes están formando a los jóvenes, la realidad es que la mayoría solo los entretienen. El hedonismo no es revolucionario. Onfray redunda en la coartada de los ricos. Un tonto encuentra siempre otro más tonto que lo admira.

  3. Darkness is light to the devil

    No me queda claro si lo progubernamental es tendencia o producto de filtros. La ciudadanía cree que está informada cuando en realidad está sólo entretenida. España es una idea; el mundo ya está unido por la interacción gravitatoria sin necesidad de ideas. La palabra del rey vale menos que la del TS

  4. think tupperware

    Los más ricos nos hablan de austeridad, la monarquía de igualdad y justicia, la Iglesia de sexualidad... Primero arremetéis contra la Iglesia católica y ahora contra la monarquía. Sin duda, hay un complot mundial para acabar con la Edad Media.

  5. Hedonista Converso

    Ha llegado la hora de subvertir la idea de que el credo religioso merece respeto por sí mismo y de que se debería tratar con guantes de seda. Ha llegado la hora de rechazar tener que andar de puntillas al pasar junto a las personas que reclaman respeto, consideración, un trato especial o cualquier otra forma de inmunidad por el simple hecho de tener fe religiosa, como si tener fe fuera una virtud privilegiada, como si fuera más noble creer en afirmaciones sin fundamento y en antiguas supersticiones. Ha llegado la hora de decirles en voz alta a los creyentes que sus decisiones personales son irracionales y que sus elecciones en la esfera privada suelen ser dudosas. Todo el mundo es libre de creer lo que quiera, siempre y cuando no moleste (ni coaccione, ni mate) a los demás; pero nadie tiene derecho a reclamar privilegios por el simple hecho de ser devoto de una u otra de las muchas religiones del mundo. Eratóstenes, 200 años a. C., determinó el intervalo entre los trópicos debido a la oblicuidad de la eclíptica, calculó la circunferencia de la tierra, la distancia de esta con el sol, escribió sobre constelaciones, estrellas... Luego, llegó la Iglesia y fue capaz de parar 1.000 años el devenir de la humanidad.