Debate A-1

Como el deseo de vender nuestro futuro por televisión también ha superado aquel bipartidismo que enfrentaba a los dos grandes líderes, hoy enfrenta a cinco pequeños napoleones que someten a la audiencia a una catarata de acusaciones y promesas que me recuerda las peleas de gallos de las comparsas malas.

Uno, que se enamoró del cuadrilátero preelectoral durante los nostálgicos años de la transición, asiste a ellos como bajo los efectos de una trócola interminable. Ante tanto marketing y actitud mediática, me despisto, me voy, se me escapa el hilo de lo que están diciendo tantos repetidores de párrafos aprendidos. Si es a raíz de lo que se ve y se oye, a quienes tienen el voto claro se les queda más indeciso y a quienes lo tienen indeciso se le va la mano al mando o a twitter, a ver si se le deslía algo (aunque suelen terminar comentando por wasap el despropósito de los 4, los 5 o los que sean).

Será también que mi escepticismo moderado se hace radical en cuanto empieza el debate, moderado por la coñazo de turno, que no sabe ni preguntar en orden ni  repartir el tiempo, y contemplo con desazón la pobre oratoria y la ignorancia generalizada de los futuros padre de nuestra (vuestra) patria.

Hace 17 años que la campaña electoral me dio para la chirigota VOTA P.I.C.H.A., en la que ya ridiculicé cuanto pude a tanto tontín que se cree que nos la pega en los mítines, como si el resto de los mortales ibéricos estuviésemos a su nivel, y no nos diésemos cuenta de sus fullerías dialécticas. Por eso este año me traje a Er Chele Vara, que en su romántica inocencia era más creíble que el resto de los candidatos oficiales (a veces pienso que como partido hubiera quedado en mejor puesto que como chirigota, máxime cuando el jurado estaba tres escalones por debajo de la media).

Espero que nadie me malinterprete y crea que le estoy quitando las ganas de votar, ni que indirectamente pido la abstención como alternativa legítima, que lo es, pero no en estos tiempo de nubarrones negros por los cuatro puntos cardinales. Si alguna opción te parece terrible, piensa que la otra puede ser mucho peor. También confieso que soy de esos que aún no ha decidido el voto y, visto lo visto, lo tiene más difícil. Será que veo los perfiles y me dan náuseas o que oigo las “promesas” y me dan vértigo… o que oigo sus discursos y me dan asco (la mayoría). Será también que crecí al amparo de candidatos de mayor talla y formación que, aunque no me sedujeran para votarlos, al menos conseguía aprender técnicas de su retórica y emocionarme con sus excelencias dialécticas. Hoy, nada más lejos. Estos ¿en qué carajo de facultades habrán aprendido (los que la pisaron más allá del bar)? Pobres ibéricos que vamos a votar como mal menor. Qué trabajito nos cuesta.

Yo, que a mi edad ya no me creo nada de ninguno de ellos, de pronto miro a mi alrededor y me pregunto qué me importa realmente de la vida que me queda por si algún candidato me convence. Y entre mis mayores problemas sociales encuentro:

1. La confluencia gaditana de levante y poniente, que no me da tregua.
2. La misantropía creciente, que me hace imposible retirarme a un lugar con encanto para practicar sexo al aire libre (en especial la invasión de Zahara de los Atunes).
3. El desinterés filosófico de mis contemporáneos por las obras de Michel Onfray, que son las únicas que podrían convencer a la gente para transformar la sociedad sin violencia.
4. La reconversión del Carnaval en actividad económica reglada, impidiendo continuar esa morbosa sensación de desafío a las instituciones económicas del Estado.
5. La imposibilidad de jugar algunos minutos con el Cádiz, ni siquiera aprovechando mi amistad con el presidente y el entrenador.
6. La desazón de ver a mi hijo el mayor en IES donde se le oculta más sobre la vida real que lo que se le enseña (imagínense como se acumula el trabajo los fines de semana alternos).
7. El mantenimiento de las iglesias como lugares de culto, mientras las comparsas tienen pagar alquileres en locales para ensayar.
8. La jodida manía de llamar “mafia” a toda asociación que desafíe al Estado.
9. La existencia de Eduardo Inda.
10. La piratería musical como costumbre universal para acceder a la música.
11. La insensibilidad y el ninguneo social a la poesía.
12. La insistencia en que España sea un país unido.
13. La imposibilidad de superar a Silvio Rodríguez.
14. La superstición popular de que el consumo da más sentido a la vida que la producción.
15. La falta de ayuda social para cambiar las cuerdas de mi guitarra.
16. La insolidaridad con Palestina.
17. El trasvase íntegro de los presupuestos de Defensa para Investigación, Cultura y Deporte.
18. La celebración pública de las comuniones.
19. La admitida y repetida independencia del Poder Judicial.
20. La beata resistencia a imponer el Humor como forma habitual de entender la vida pública.

He nombrado veinte. Podía haber seguido hasta 1620, pero aumentaría mi desconsuelo sabiendo que ninguno de los partidos las llevan en sus programas y, que en todo caso, lo realmente importante para mí no coincide con lo de mi raza. Por eso mi debate es A-1. Con que alguien me entienda me conformo.

JUAN CARLOS ARAGÓN