Está mal visto estar nervioso. O al menos, está mal visto socialmente reconocerlo. Y es una pena. A mí me funciona bastante bien publicitar mis nervios como mecanismo de descomprensión, como vía útil para aflojar el mordisco en el estómago y soltar. Así que, sí, estoy nervioso. Bastante, añadiría. Queda menos de una semana para que arranque el Marathon Des Sables que llevo preparando meses y no me llega la camisa al cuello. Que no pasa el buchito, vaya.
Es algo irracional porque posiblemente esta sea la prueba deportiva que mejor he preparado en mi vida. Recopilando datos he podido ver que en los cuatro meses que ha durado el entrenamiento para el desierto sólo me he perdido dos entrenamientos, ambos de fuerza. El resto, kilómetro arriba o kilómetro abajo, se ha cumplido de manera escrupulosa, a mayor gloria de mi entrenador, Omar Tayara.
Así las cosas, el momento que atravieso forma parte también del famoso entorno de la prueba. Marathon Des Sables no es solo correr, correr mucho, sin descanso, meter kilómetros en las piernas y kilos en la mochila. No. El Marathon Des Sables es también el descanso, el aspiravenenos, los liofilizados, la crema hidratante en los pies, las bromas con los amigos de la jaima 14, la duda en el estómago por si llegarás al siguiente kilómetro y la certeza en la cabeza de que sí, que con un poco más de esfuerzo, ya está hecho.
El Marathon Des Sables es también la chapa a la familia, el monólogo interior y el soniquete exterior, es poner la lavadora y tenderla, secar las zapatillas al sol y estar más tiempo sentado que de pie. El Marathon Des Sables en realidad lo ha sido todo en estos últimos cuatro meses y por eso, hoy, a seis días para partir rumbo a Casablanca y Errachidia, aparecen los nervios.
También es cierto que, cuando uno intenta tenerlo todo controlado, algo se le escapa. A mí se me escapó la tortuga, que diría Maradona, con las zapatillas y aquí estoy yo, ahora, dando al F5 en el servicio de mensajería para ver si el paquete con las nuevas voladoras llega a tiempo de probarlas o no antes de colocarle el velcro para las polainas y facturarlas rumbo a Marruecos.
Todo muy a última hora, sí, pero así son las cosas y así hay que correrlas. Porque uno es procrastinador, pero no tanto, y por supuesto que tenía mis zapatillas preparadas hasta que descubrí que me estaban generando unas molestias que, prolongadas en el tiempo y el espacio del desierto del Sáhara podrían terminar siendo letales. Descartadas estas, sólo queda esperar el milagro con las nuevas.
Así que sí, estoy nervioso. Tengo que ajustar el temita de las zapas, meter cuatro kilos de comida y otros cinco o así de elementos necesarios en una mochila que no parece demasiado grande. Tengo que descansar, desconectar, prepararme mental y logísticamente. Tengo que entrenar, poco, y tengo que pensar que, con o sin las mejores zapatillas posibles, la suerte está echada. Bueno, la suerte no, que aquí no opera. Que sea lo que tenga que ser. Y punto.
Llegaron las zapas?