Recuerdo ir al Parque de Atracciones con los colegas del insti y, por supuesto, recuerdo el momento Pasaje del terror, el 'va, dale, no seas cagado' y los nervios previos a dar el primer paso para entrar en el caserón. La previa al Marathon Des Sables es el Pasaje del terror de mis dieciséis pero por mil. O por tres millones, porque yo qué sé lo que está por venir.
Por suerte, mis colegas lanzados de entonces son mis compañeros de jaima de ahora. Gracias a ellos la situación está, antes de empezar a correr, bajo control. Porque, de pronto, después de no haber faltado a un solo entrenamiento, haber vigilado mi alimentación y haber puesto todo de mi parte para controlar en la medida de lo posible esta epopeya que está por empezar, parezco un juvenil a punto de debutar con la selección española. Todo son nervios.
El desierto, eso sí, tiene una cosa muy buena y es que te obliga a cooperar. Lo que a ti te falta te lo suple, siempre que pueda, el que tienes al lado. Joel, David, Albert, Paula, Albert, Óscar, Moli... Todos están ahí para echar un cable si lo necesitas. Y eso es oro cuando no tienes nada más que lo puesto.
En la jaima pasamos el tiempo, charlamos, intentamos dormir, dormimos, pensamos en lo que viene y en lo pasado... En la jaima pasamos el trago de esperar a que llegue el domingo.
Mis nervios tienen mucho que ver con lo desconocido y con el calor. Aquí hace mucho calor y tienes mucho tiempo para pensar en el calor que hace. Si además eres novato, todo parece mucho más de lo que es. Por ejemplo, en el primer día en el campamento se levantó un viento que derivó en tormentilla de arena, molesta y arenosa. Luego vino la lluvia, bienvenidos al desierto, y la cabeza se disparó de nuevo al pasaje del terror y a esa fuerza interior extraña que lo mismo te lleva dentro que te paraliza antes de entrar. Pero al final, como siempre, entras.