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Vivir juntos

Daniel Marín


“Vivir juntos o morir solos”. La frase es de cosecha ajena. La crearon los guionistas de Lost, tal vez la serie más adictiva de los últimos tiempos. La enuncia en uno de sus capítulos Jack Shephard, protagonista principal, sugiriendo que, para sobrevivir en una enigmática isla perdida, todos deben dejar a un lado sus problemas personales y emocionales. Y salir a flote con la ayuda mutua. Si cada uno hace la guerra por su cuenta, morirán solos. Live together, die alone.
Nos vale la esencia del mensaje para extrapolarlo a la 'isla' de Martiricos, allí donde confluyen sueños brutos, retos netos y, últimamente, pequeñas cruzadas que llenan de polvo un ambiente vacilante al son del balón. Es admirable cómo un gol, un triunfo, aplican un efecto tila que relativiza tensiones y aborrecible cómo lo contrario detona cebos que enrarecen la rutina. Por eso, lo ideal es construir desde el triunfo, tanto en el vestuario como en la oficina. Y aprovechar estos toboganes para suturar lazos que hayan podido deshacerse por intereses antepuestos al éxito colectivo.
En un club de fútbol todos deben ser uno. No existen vencedores ni vencidos, ni mártires ni paladines. Son los aficionados los que sujetaron, sujetan y sujetarán el escudo con su pasión, con su carnet, con su palma y, a veces, con su pito necesario, si es edificante. Porque la crítica bien entendida forma parte del fútbol y debe servir para mejorar. Decía Alfredo Di Stéfano que ningún jugador es mejor que un equipo. Tampoco nadie debe estar por encima del Málaga. Aquí ganamos y perdemos todos. Yo apuesto por vivir juntos.

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