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Palmas, vuelve Joaquín

Daniel Marín


La sonrisa pícara de Joaquín vuelve a saltar la valla de Martiricos. Lo hace con un escudo enfrentado, pero él siempre será hijo aunque no sea pródigo. Regresa Joaquín. Regresa un genio que se fue sin querer ni queriendo. Y que, tras prodigarse con aje en italiano y robarle protagonismo al David de Miguel Ángel, ha vuelto a su otro hogar para quedarse. Porque Joaquín es de esos jugadores a los que hay que aceptar compartir. Joaquín es de todos, también nuestro. Él ocupa un cacho de nuestro latir. Y viceversa. Que no quepa duda. Vista de blanco, de verde o de viola. Sus años felices, los nuestros, fueron demasiado especiales como para olvidarlos. Y, como pasa en todas las relaciones, siempre perdura lo bueno. La nostalgia de un pasado juntos.
Se fue para no dejar nunca huérfano nuestro imaginario. Porque Joaquín, persona antes que futbolista, dejó demasiadas chinchetas colgadas en su segunda juventud de blanquiazul. Jugó, habló y representó lo que sentía el malaguismo, exhibiendo el nervio y el temple, regalando a los sentidos el oficio de disfrutar en un campo de fútbol. Clavando la espada al Milán tras la cornada de un penalti fallado, disparando con el alma para derribar aquel muro amarillo o gritando al levante, al poniente y a los otros dos vientos las injusticias de aquel atropello de corbatas ‘ueferas’. Porque cuando Joaquín pasa, como todo lo bueno que pasa en la vida, pasa de verdad.
Seductor de musas, genuino e igual de espontáneo de corto que de largo. Vestido con la elástica de luces, o casual delante de la rutina. Torero en valentía y estética, nunca huidor del fallo. Capaz de caerse y volverse a levantar con dos pasos avanzados. Su físico ya no es el que era, no existe ese elixir mágico más que en las leyendas, pero en su despedida paulatina habrá fascículos de palmas en los estadios que visite. No le hizo falta marcar el gol más importante de España para salir acolchado en aplausos hasta en las tinieblas. Su alegría, su arte, su gambeta, su finta, su sprint…
No todos sus chistes son buenos ni sus ‘Joaquininhas’ acertadas, pero el truco está en anteponer la felicidad al éxito. Y por eso decía Weligton hace dos ratos que nunca, nunca, vio triste a Joaquín en el vestuario. Regresa Joaquín, de la mano de un socio de oro y no menos querido en este saloncito, Portillo, criado en las playas de nuestra casa y noble en talento y sonrisa. Portillo y Joaquín suponen la amenaza de este enemigo íntimo apellidado Betis. Vuelve el ‘Pisha’, el ‘7’ o el ‘17’, Joaqui, JoaKing, o, simplemente, Joaquín. Y su regreso, parafraseando a su tocayo Sabina, es un “regalo de los dioses”. Palmas.
PUBLICADO EN LA BOMBONERA NÚMERO 47

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