Hablar de la idiosincrasia del Sevilla, de la casta, del coraje, del dicen que nunca se rinde, de esos valores adquiridos en los últimos diez años es lo mismo de siempre, es reafirmar unas condiciones que hacen único a un equipo empeñado en pelear con los grandes y que se gana domingo tras domingo el respeto de estos, venza o no en duelos que a priori deberían ser desiguales. Porque contra el Real Madrid, ganando o no, se había ganado el respeto antes incluso de saltar al campo, idea masticada por Zidane durante la semana y puesta en práctica por el equipo más rico y exitoso del mundo, con sus cinco defensas y su actitud cobarde durante 93 minutos en los que el Sevilla fue mejor en todo y se hizo acreedor a la victoria por tenerlos bien puestos, por creer en su 'leitmotiv', en su filosofía de vida.
Dicen que ahora el Sevilla aspira a ganar la Liga, empresa mayúscula y nada al alcance del cuarto presupuesto del campeonato, pero... ¿por qué no soñar? La afición, sublime en el ánimo, se ha ganado el derecho a hacerlo, a vivir al menos una semana pendiente del premio gordo, se ha ganado el derecho también a presumir de equipo, de Monchi, de Sampaoli, de la acústica del Sánchez Pizjuán y de todo lo que quiera. Y además, sueña gracias a una plantilla que no sólo lleva a gala las virtudes antes mencionadas, porque juega como los ángeles... ¡larga vida al Sevilla de Sampaoli!