Real Betis: la dictadura de los jugadores en la república de la complacencia

Pese al rebufo de dignidad del pasado jueves ante el moribundo RCD Espanyol, no parece que el problema del Real Betis fuera sólo de entrenador. El despido de Rubi no sólo no ha arreglado el lúgubre panorama, sino que pone aún más de relieve el desangramiento del (no) proyecto deportivo. En la república de la complacencia en que hace años se instaló este club, la dictadura de los jugadores retumba autoritaria. El papelito dominical ante la Naranja Mecánica de Paco López devuelve a la afición a una dura realidad sin visos de solución, al menos a corto plazo.

Que el fútbol es de los futbolistas lo sabe hasta mi sobrino, incluso el más chico. El error no radica en que tengan poder, como lo tienen los brókers en una empresa bursátil, los ingenieros en una de ingeniería o el que hace la carne con tomate en una fábrica de carne con tomate. El problema surge cuando les entregas abiertamente todo el poder. Y la tragedia llega cuando ellos se dan cuenta de que da igual que lo ejerzan bien, regular u horrible, porque no pasa absolutamente nada.

Para evitar este tipo de errores y tragedias las instituciones deportivas normales hacen dos cosas: una, imponer un principio de autoridad que prevalezca sobre la implícitamente omnímoda de los peloteros; y dos, establecer mecanismos de control y gestión tanto de esa autoridad principal como de la que reside en los verdaderos protagonistas de la cosa ésta de la pelotita. A poder ser, con gente que sepa mínimamente de lo que está hablando.

La crítica es una mosca cojonera vestida de biriperiodista

En el Real Betis nada de eso existe, ni pinta de que vaya a existir. La crítica es una mosca cojonera vestida de biriperiodista y la autocrítica, un verdadero sacrilegio que puede condenar al abismo profesional a quien haga uso de ella. El beticismo es un sentimiento, una pasión que va más allá del fútbol, por lo cual prácticamente no necesita ya del fútbol. Se gane o se pierda, o incluso se haga el indio como en Valencia, no es lo fundamental. Lo verdaderamente importante es lo mono que ha quedado el estadio, la imagen tan simpática que proyecta el Betis allende los mares y las mejoras socio-estructurales que se están realizando.

Ganar supone una fruslería, una minucia, una guinda que redondearía el pastel, pero sin la cual el pastel no deja de estar buenísimo. Y así pasa lo que pasa, que te plantas ante un modesto equipo que te pega un repaso épico, sacando hondas vergüenzas. Ni sangre verdiblanca, ni tres centrales, ni los buenos al césped, ni gaitas…veinte minutitos de bello balompié y vamos a por las chanclas, que ya está aquí el veranito. Y mañana, titulares que alegren los oídos, del tipo ‘Cuatro zarpazos de mala suerte condenan al Betis’ o ‘La presión del La Nucía Stadium y el Bayern de Levante pudieron con el Betis’. Y a escuchar que se están poniendo las bases de un gran club. Y a esperar que el verano renueve las aguas emponzoñadas de la realidad con el caudal inacabable de la ilusión.

Fabio Capello, discreto pero efectivo futbolista, dio menos espectáculo aún como entrenador, pero la criatura contó muchas tardes colocando títulos en sus vitrinas. Una de esas tardes proclamó una frase maravillosa: “El fútbol es un deporte simple en el que a algunos les gusta hablar. A mí me gusta ganar”. Y yo me pregunto, ¿qué coño le gusta a los béticos?