Detrás de cada una de las gestas de Dionicio Cerón, Germán Silva y Andrés Espinosa, tres maratonistas mexicanos que compitieron con la primera oleada de africanos en la carrera legendaria, se esconde un drama humano descrito con pluma documentada en el libro "Los duros del maratón", del periodista cubano Gustavo Borges, redactor de la Agencia Efe en México.Son los "chicos desobedientes" que arrastraron las consecuencias familiares de su apuesta irrevocable por el maratón. Ninguno de los tres lo tuvo fácil. Mediada la década de los años 80 el maratón andaba todavía lejos de ser la mina de dólares en que se ha convertido hoy para corredores punteros como ellos.
Los ojos de un campesino llamado Agapito se tornaron vidriosos al enterarse de la trastada de su hijo Germán, quien lo dejó solo en un campo de naranjas y se escapó a la capital. Mostró enojo aquella tarde, aunque dentro de su pecho sintió orgullo por el carácter de su chico, que apostó por una causa perdida, ser campeón de atletismo a pesar de su corta estatura.
Por aquellos años, en Santa María del Rayón, Estado de México, un hombre llamado Toribio se sacudió el sudor perlado de su cuello, llamó arrogante a su hijo Dionicio y lo echó de la casa antes de haber alcanzado la mayoría de edad. Le tachó de iluso y se mofó cuando el joven habló de la existencia de los milagros y de una vida luminosa en la que él era el mejor maratonista del mundo y salía en las portadas de los diarios.
La historia en el norte del país también fue de apuesta a una quimera. Para el adolescente Andrés, de la ciudad de Monclova, el concepto de felicidad se reducía a ganar un trofeo tan bonito como el de un amigo suyo vencedor en un concurso de oratoria. Después de fracasar en el béisbol y el fútbol, apostó por las carreras de larga distancia. Y sucedió el prodigio.
Germán Silva reinó dos veces en el maratón de Nueva York, Dionicio Cerón, tres en el de Londres, y Andrés Espinosa, una en el de la Gran Manzana y acabó segundo en Boston. Fueron ellos tres de las cabezas de una generación de jóvenes mexicanos salidos de la pobreza que sin recursos le entregaron sus mejores años a las carreras de larga distancia, sin saber que estaban destinados a la más mística de todas, la de los cuarenta y dos kilómetros y 195 metros, surgida en honor a Filípides, un valeroso soldado griego.
En "Los duros del maratón", Gustavo Borges repasa la historia de quince de los más grandes maratonistas mexicanos. Además de Cerón, Silva y Espinosa aparecen otras figuras como Adriana Fernández, Salvador García, Alejandro Cruz, Martín Pitayo, Arturo Barrios o Rodolfo Gómez, junto a otros atletas menos conocidos.
Aunque menciona récords y estadísticas, el libro no trata de la historia de los grandes maratonistas mexicanos. Ni siquiera es un libro de deportes, sino un retrato de familia de chicos que ganaron viniendo de abajo.