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Entre la Yanna del Khalifa y el Yahannam de Al Corniche

José Antonio Diego,Doha, 7 oct (EFE).- Entre la Yanna (paraíso islámico) del refrigerado estadio Khalifa y el Yahannam (infierno) de Al Corniche, escenario del maratón y de la marcha, los XVII Campeonatos del Mundo han ofrecido dos formas de tratar a los atletas: rodeándoles de toda suerte de comodidades o poniendo en riesgo su salud.,Quienes compitieron dentro del estadio contaron maravillas del microclima creado mediante potentes cañones que exhalaban aire fresco, de las magníficas instalacion

José Antonio Diego

Doha, 7 oct .- Entre la Yanna (paraíso islámico) del refrigerado estadio Khalifa y el Yahannam (infierno) de Al Corniche, escenario del maratón y de la marcha, los XVII Campeonatos del Mundo han ofrecido dos formas de tratar a los atletas: rodeándoles de toda suerte de comodidades o poniendo en riesgo su salud.

Quienes compitieron dentro del estadio contaron maravillas del microclima creado mediante potentes cañones que exhalaban aire fresco, de las magníficas instalaciones en la pista y en la zona de calentamiento, de las condiciones ideales para competir.

Marchadores y maratonistas, por el contrario, proferían pestes contra quienes tuvieron la ocurrencia de conceder los Mundiales a Doha sin reparar en que estas dos disciplinas no pueden disputarse al abrigo del estadio.

No hubo, por fortuna, desgracias personales en la bahía de Doha y el maratón masculino, que cerraba el programa de Al Corniche la madrugada del domingo, pudo disputarse, incluso, en condiciones algo menos severas (31 grados y 48 por ciento de humedad).

Las gradas del estadio ofrecieron una imagen desoladora hasta que el ídolo local, Mutaz Essah Barshim, lo llenó el último viernes para la final de altura, en la que regaló a sus paisanos la medalla de oro, la segunda consecutiva en salto de altura.

Los Mundiales de Doha alcanzaron en el despoblado estadio un altísimo nivel de marcas, el mejor de la historia, según las estadísticas de la IAAF.

De acuerdo con el ránking de marcas, tomando en consideración las cinco mejores de las 24 mejores pruebas, los Mundiales de Doha han sido los mejores de la historia, con 195,869 puntos, seguidos de Pekín 20015 (194,547), Londres 2017 (193,426), Moscú 2013 (192,664) y Berlín 2009 (191,168).

En cuanto a actuaciones individuales, las marcas más valiosas salieron de la final de peso: los 22,91 metros del estadounidense Joe Kovacs (1.295 puntos), y los 22,90 del neozelandés Tom Walsh y del estadounidense Ryan Crouser (1.294).

A continuación, los 9.76 segundos del estadounidense Christian Coleman en 100 metros (1.291) y los 43.48 del bahamés Steven Gardiner en 400 (1.289).

En categoría femenina, las mejores marcas fueron el salto de 7,30 metros de la alemana Malaika Mihambo en longitud (1.288 puntos), los 48.14 de la bahrainí Salwa Eid Naser (1.281) y los 48.37 de la bahamesa Shaunae Miller-Uibo en 400 (1.272), los 3:51.95 de la holandesa Sifan Hassan en 1.500 (1.271) y los 6.981 puntos de la británica Katarina Johnson-Thompson en el heptatlón (1.269)

¿Qué tuvieron en común la bahamesa Shaunae Miller-Uibo, la británica Laura Muir, el estadounidense Ryan Crouser o la estadounidense Sydney McLaughlin?

Los cuatro compartieron una parecida decepción. Lograron marcas estratosféricas, muy por encima de sus expectativas, y sin embargo no alcanzaron la victoria. Miller-Uibo batió en 400 el récord centroamericano y del Caribe con 48.37, pero la bahrainí Salwa Eid Naser hizo 48.14, la tercera mejor marca de la historia.

Laura Muir se declaró en estado de shock. No acertaba a explicarse cómo habiendo corrido la final de 1.500 en 3:55.76 sólo había sido quinta. La holandesa Sifan Hassan, tirando casi desde el disparo, lo había hecho en 3:51.95, récord de los campeonatos.

Peor fue lo de Crouser, que lanzó el peso a 22,90 metros (cuarta marca de la historia) y no ganó. El oro, por un centímetro, fue para su compatriota Joe Kovacs en la mejor final de todos los tiempos. Aún fue mayor el disgusto del brasileño Darlan Romaní, que habiendo lanzado 22,53 metros se quedó sin medalla.

McLaughlin hizo récord personal en 400 m vallas con 52.23, pero sólo le alcanzó para ser subcampeona. Su compatriota Dalilah Muhammad se embolsó 100.000 dólares adicionales por batir su récord del mundo con 52.16.

La jamaicana Shanieka Ricketts rozó el muro de los 15 metros en el triple pero hubo de rendirse ante la venezolana Yulimar Rojas, que volvió a lanzar una carga de profundidad sobre el récord del mundo con un salto de 15,37, a sólo 13 centímetros de la plusmarca.

A diferencia de la era Usain Bolt, los campeonatos no centraron el foco de atención sólo en los velocistas. Los estadounidense Christian Coleman (100) y Noah Lyles (200) y la jamaicana Shelly-Ann Fraser-Pryce (100) y la británica Dina Asher-Smith (200) lograron victorias brillantes pero no se apropiaron de toda la atención, como ocurría con el astro jamaicano.

La bajísima afluencia de público se resolvió por decreto. La Fundación Catar, sin ánimo de lucro, invitó a todos sus miembros a poblar gratis las gradas, de forma que los tres últimos días la competición, sin alcanzar las cifras de Londres, donde el estadio lució repleto cada día, al menos recuperaron el ambiente propio de unos Mundiales.

El fantasma del dopaje, por el momento, sólo ha tocado de refilón a Doha, donde compitieron destacados miembros, como Sifan Hassan, del Nike Oregon Project dirigido por el entrenador estadounidense Alberto Salazar, suspendido cuatro años por prácticas de dopaje.

David Howman, director de la Unidad de Integridad del Atletismo, ha dicho que a los atletas que han entrenado con Salazar "habrá que echarles un ojo".

Los Mundiales de Doha pasaron con nota sobresaliente el examen en la Yanna del Khalifa y suspendieron con estrépito en el Yahannam de Al Corniche.

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