El cazador se apostó a la espera del jabalí. Recuerda aquella primera espera en la que iba a estrenarse como aguardista, la luna perfilada en el cielo, el silencio roto por crujidos que rasgan la noche como los ladridos roncos de los mastines del cortijo. Ése es el signo inequívoco de la presencia del macareno, se lo dijo el guarda. “Cuando los perros ladren, el jabalí andará cerca”. El final no fue, en cambio, como esperaba…