Eso no es un partido de tenis, es una visita al paredón con raqueta entre las manos. La final de Wimbledon asistió a una demostración de tenis directo con la checa Petra Kvitova, la campeona de 2011, como autora de cada disparo. Debiendo contener a Eugenie Bouchard (6-3 6-0), la primera canadiense capaz de alcanzar la final de un Grand Slam, la checa silenció a la Centre Court, encandilada con la joven, regalando la final más descompensada de los últimos 30 años. Fue un reflejo de esa mujer que estuvo a un partido de subir al número 1, la misma que se proclamó maestra hace tres años, y nada que ver con el talento inestable que emergió entretanto.
La experiencia jugó un papel mínimo en el partido porque Petra no permitió siguiera la entrada del oxígeno, reduciendo a Bouchard a meras labores de defensa y reacción. Rompiendo a restos ganadores desde el primer tiro, destrozando las esferas en cada juego al servicio, fue una pelea sin lugar a sentimientos. Marcada por la ejecución certera del que está convencido. Lanzando 28 tiros ganadores en apenas 15 juegos, fue jugar a no permitir el pestañeo. En una superficie que no da margen a los apoyos, Kvitova decidió jugar por el aire, haciendo que los pies fueran más lentos que las manos. Dejando como estela la mayor exhibición vista en una final de Grand Slam en los últimos años.
Bouchard, que buscó remar con el patrón paralelo en los primeros puntos, tratando de abrir las carnes de Kvitova porque se le presuponían grietas en el desplazamiento, donde buscaba un caracol se topó con un gamo. Un Petra evolucionada, capaz de proteger el fondo, un complemento terminal al infierno ofensivo desplegado. Hubo ejemplos en ambos actos. Con un increíble revés a una mano, destrozó la primera manga al confirmar el primer hachazo (3-1) y la sensación de estar inspirada. “Tras este golpe me dije ‘ok, esto no es normal”. Con tres quiebres el set inicial, tantos como los entregados en los últimos tres partidos, clavó una tendencia de las que hacen bajar los brazos. La checa, un talento irregular porque suele desconectar del esfuerzo, apretó los dientes como pocas veces hasta convertir una final en un acto de recreo. Con una derecha cruzada, tras trotar de lado a lado, logró reventar el segundo parcial hasta un punto de no retorno (4-0). Sentenciado su segundo gran plato, levantando al gentío por mover como nunca los pies en el pasto.
Fue una exhibición jugada en los términos de la zurda de Bilovec, porque los rallies corrieron a la velocidad del rayo. Así, con intercambios cuya media de vida no superó los 3 impactos, auténtico oro para las virtuosas del juego recto, la número 1 checa quedó sola sobre el pasto. Abriendo la pista con un majestuoso revés y matando cada intercambio con una derecha sin freno. Una exhibición que rozó el trance hasta negar el habitual altibajo: cuando perdió el servicio mientras trataba de cerrar el primer set, algo que pudo traer fantasmas a quien acumula 149 partidos decididos en tercer acto, respondió con la entereza para hilar los últimos siete juegos a puro manotazo.
“Ha jugado fantástico durante estas dos semanas. Ha sido muy duro para mí hoy” reconoció una Bouchard maniatada, hasta el punto de firmar apenas 4 errores en todo el partido. Porque esa asepsia en la imprecisión no reflejó una ejecución limpia, fue la más absoluta impotencia hasta el punto de ver negada incluso la opción del fallo. Obstinada en mantener su posición sobre la línea de fondo, negando cualquier atisbo de retroceso, Eugenie se encontró con un torrente de tiros en los pies incapaces de manejar.
“No puedo decir que sea más especial, pero volver a ganarlo tres años después es impresionante” expresó Kvitova enjugando lágrimas con el plato entre las manos, ofreciéndole a su padre, quien a la puesta de sol cumplirá años, el mejor de los regalos. La checa, que se mostró de nuevo intocable sobre la hierba de Londres vuelve a pisar la élite porque se asienta en el cuarto peldaño. Es el convencimiento de quien rozó el cielo y, tras sufrir ante los focos, vuelve a retomar lo que una vez fue empezado.
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