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La segunda juventud de Mirjana

EFE

Son las lágrimas de una niña que acaba de conseguir un sueño, aunque salen de los ojos de una tenista de 33 años, promesa ascendente del tenis de los 90 que ahora, tras haber superado el drama de una guerra, un padre violento, un exilio forzoso y un rosario de lesiones, vuelve a ganar partidos.

Luis Miguel Pascual
Poco importa que haya perdido en tercera ronda de Roland Garros. Ella sabe que ha ganado.
Se llamaba Mirjana Lucic cuando con 15 años ganó su primer torneo y atrajo toda la atención del mundo del tenis por su precocidad. Como Jennifer Capriati. Como Martina Hingis.
Ahora, 17 años más tarde, se llama Mirjana Lucic-Baroni, por el apellido de su marido italiano, metáfora de toda una vida, una epopeya que ha endurecido su carácter.
Nacida en Alemania, criada en Croacia, afincada en Estados Unidos y casada con un italiano, a Lucic-Baroni le gusta decir que de nacionalidad es "internacional", aunque matiza que por sus venas corre sangre croata "y eso se nota en la tozudez".
Trece años después de haber ganado su último partido en Roland Garros, su última victoria en un Grand Slam, el pasado lunes volvió a levantar los brazos en París. "Soy feliz, tengo una vida plena", respondió. Y volvió a llorar.
Después ganó a la número 3 del mundo, finalista del año pasado, la rumana Simona Halep, de 23 años, a la que ya había vencido el año pasado en el Abierto de Estados Unidos. Una revancha contra el tiempo.
Un tiempo que no ha regalado nada a esta tenista atípica, de juego sólido y muy técnico y que se lo ha ganado todo a base de tesón.
Una historia en la que los llantos, que son más, han comenzado a dejar paso a las sonrisas que ahora se le escapan cuando habla de su vida, de su familia, de su presente. Y que se ensombrece cuando aparece, aunque sea de refilón, su pasado.
Porque Mirjana era una niña prodigio del tenis solo de fachada. Entrenaba entre los disparos de un conflicto de adultos y, sobre todo, bajo la constante amenaza de su padre, Marinko, que convirtió una infancia en un infierno. Palizas, exigencia por encima de la lógica.
La joven vivió atormentada hasta que su madre no pudo más y abandonó Croacia para escapar del monstruo que solo veía tenis. Tenis y el dinero que salía del tenis.
Comenzaba a fluir porque Mirjana ganó con 14 años dos Grand Slam júnior y, con 15 años, el Abierto de Australia en dobles con Martina Hingis. Porque, poco antes de cumplir los 16, se anotó el torneo de Bol, el primero que disputaba como profesional.
La paciencia de la madre se acabó en 1998 cuando su marido la amenazó de muerte. Entonces aprovechó un paso por Wimbledon para ponerse bajo la protección de Goran Ivanisevic, su compatriota, que les ayudó a escapar del influjo de su padre.
A cambio, el progenitor se quedó con todo el dinero y condenó a la familia a empezar de cero. Sin dinero ni entrenador, Mirjana entró en una depresión que se dejó sentir en su tenis. Cayó a plomo en el ránking y comenzó una dura travesía del desierto.
La falta de recursos y de patrocinador le obligaban a renunciar a los torneos lejanos a su domicilio. Así que tuvo que pelear para volver a entrar en el circuito, pasando por fases clasificatorias y torneos menores en los que el avance es lento.
Hasta 2010 no pudo regresar a un Grand Slam. Lo hizo en Wimbledon, a través de la fase previa, y su premio fue jugar en la central londinense contra la bielorrusa Viktoria Azarenka.
Ahora vive su segunda juventud. "Mientras mi cuerpo me permita jugar al tenis voy a seguir. Estar en una pista es lo mejor que me puede dar la vida".

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