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Djokovic, ante el reto de ser el octavo mito del tenis

Luis Miguel Pascual

Al serbio Novak Djokovic solo le resta una frontera que superar para convertirse en el octavo mito del tenis en sumar los cuatro Grand Slam: ganar la final de Roland Garros, que mañana disputará por cuarta vez en su carrera frente a su rival más temible, el británico Andy Murray.

Sólido número 1 del circuito masculino sin nadie que le haga sombra en los últimos años, Djokovic parece resuelto a entrar en un club en el que le aguardan Fred Perry, Donald Budge, Rod Laver, Roy Emerson, André Agassi, Roger Federer y Rafael Nadal.
Pero sus tres finales perdidas, dos ante Nadal y la del año pasado, contra todo pronóstico, frente al suizo Stan Wawrinka, han creado una especie de psicosis sobre su asalto a la cuádruple corona que hacen temer al serbio quedarse en el campo de aquellos grandes del tenis que fracasaron en París.
Jimmy Connors, John McEnroe, Stefan Edberg, Pete Sampras o Boris Becker, su actual entrenador, saben bien lo que supone reinar en el tenis pero no coronarse en la tierra batida.
Djokovic está más cerca que ellos de espantar los fantasmas y ha puesto en el empeño más intención. Roland Garros se ha convertido en su obsesión y el serbio no ha ocultado que está en el centro de su punto de mira.
Desde 2011, "Nole" figura, al menos, en el penúltimo escalón de un torneo que hasta el año pasado tenía un dominador claro, Nadal, 9 veces campeón. Una dictadura que no ha disuadido a Djokovic de buscar el asalto.
El año pasado lo rozó cuando destronó a Nadal en cuartos de final, pero finalmente tropezó contra un brillante Wawrinka en la final. En esta ocasión, el español tuvo que marcharse dolido de su muñeca izquierda y el helvético no fue capaz de encontrar su mejor nivel en la semifinal frente a Murray.
Djokovic puede así sumar su primer Roland Garros y declararse ganador de cuatro grandes consecutivos -los dos últimos de la pasada temporada y los dos primeros de ésta-, lo que para unos supone ya el Grand Slam, algo que otros solo consideran legítimo si se hace en el mismo año.
La de mañana será su vigésima final de un grande y, de lograrlo, sumaría 12, dos menos que Nadal y a 5 de Federer.
El serbio de 29 años recién cumplidos ha acabado con el dominio del tenis que durante años ejercieron esos dos tenistas y se ha quedado como único capo del circuito.
Con el español en plena reconstrucción, el suizo en horas bajas y a la espera de que la joven guardia dé el salto de calidad que apunta, solo Murray parece contestar su hegemonía.
El británico, segunda raqueta del mundo, ha fortalecido su tenis, sobre todo cuando juega en tierra batida, una superficie que por cultura y tradición -en toda Escocia solo hay 10 pistas de arcilla- parecía vedada a un tenista de su país y que el escocés ha conseguido domesticar hasta el punto de convertirse en uno de los mejores del mundo sobre ella.
Sus avances son evidentes y le han llevado, paso a paso, a disputar su primera final de Roland Garros, tras tres semifinales perdidas, algo que ningún tenista de las islas conseguía desde los años 30.
Murray nació una semana antes que Djokovic, pero al serbio le ha cundido más su carrera. El británico disputará mañana su décima final de un Grand Slam, donde cuenta con dos triunfos, el Abierto de Estados Unidos de 2012 y Wimbledon al año siguiente.
Aunque el británico solo ha ganado 10 de los 33 duelos contra el serbio, presenta argumentos que no dan por perdida la final.
El más sólido tuvo lugar hace tres semanas, cuando sobre la tierra batida del Foro Itálico forjó una obra maestra del tenis en esa superficie para infligir a Djokovic la tercera derrota del año, la más importante porque a las otras dos se les podía poner el cartel de "accidental".
Una semana antes, en Madrid, el serbio tuvo que sudar tinta para derrocar en el final al que ya se perfilaba como su peor enemigo, que antes venció con contundencia a Nadal.
Fue la segunda derrota que ha concedido este año Murray sobre tierra batida donde, paradójicamente, ha conseguido sus mejores resultados.
En París ha acabado jugando un tenis de gran altura -lo necesitó para vencer a Wawrinka en semifinales- tras empezar la quincena irregular, obligado a disputar cinco sets en sus dos primeros duelos. Murray aprendió a sobrevivir antes de atacar.

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