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Nadal, la prueba del doce

Luis Miguel Pascual

París, 25 may .- Ningún triunfo en Roland Garros es rutinario. Cada vez que el español Rafael Nadal afronta la conquista de un nuevo trofeo de los Mosqueteros, esconde detrás una sorpresa, un récord, una línea nueva que escribir en su ya nutrida crónica de rey de la tierra batida.

En 2019 el mejor jugador de todos los tiempos sobre arcilla aspira a sumar su duodécimo Roland Garros y convertirse así en el ser humano que más veces ha ganado el mismo Grand Slam, un honor que comparte ahora con la australiana Margaret Court, que entre 1960 y 1973 sumó once Abiertos de Australia.

Eran otros tiempos. Nadal puede firmar esa gesta en la era más densa de grandes estrellas en el circuito masculino, lo que engrandece aun más su logro.

Lo haría conviviendo con la enésima juventud del suizo Roger Federer, que a sus 37 años regresa a París tras tres de ausencia para acrecienta aún más el mayor palmarés de la historia del tenis masculino.

También lo conseguiría frente a la madurez del serbio Novak Djokovic, número 1 incontestable del momento, que parece haber dejado atrás el bache de juego del año pasado y ahora busca encadenar su cuarto Grand Slam consecutivo.

Y, finalmente, Nadal lo lograría en medio de la ascensión de una nueva generación de talentos que vienen pisando fuerte, liderados por el austríaco Dominic Thiem, finalista de la pasada edición, que sueñan con jubilar de una vez por todas al tridente más prolífico de la historia del tenis.

Pero Nadal sabe como dominar Roland Garros. La tierra batida, los cinco set, el tempo del torneo, las dimensiones de la pista, juegan a su favor. A lo largo de los años, el español ha puesto todos esos elementos de su lado, convirtiéndolos en armas que usar en su beneficio.

La hegemonía de Nadal, que comenzó en 2005, solo ha dejado un triunfo a Federer (2009, cuando el español sufrió su primera derrota contra el sueco Robin Soderling) y otro a Djokovic (2016, cuando se retiró con problemas en una muñeca) a lo que hay que sumar el del suizo Stan Wawrinka en 2015, año de la segunda derrota de Nadal.

Solo dos veces ha hincado la rodilla en la tierra de París y, como si de un reloj se tratara, su temporada parece programarse para llegar puntual a su cita con la capital francesa.

También este año, que no ha sido el más brillante del español en la temporada de arcilla, donde ha sumado tres derrotas, tras dos años consecutivos en los que había llegado con una sola antes de París.

Perdió ante el italiano Fabio Fognini en semifinales de Montecarlo, frente Thiem en las de Barcelona y ante el griego Stephanos Tsitsipas en las de Madrid.

Nadal, sin embargo, borró todo asomo de inquietud con su victoria en el torneo de Roma, derrotando en la final a Djokovic, una advertencia de que el rey de la tierra siempre protege su corona.

El español llega en progresión ascendente y, nada más poner el pie en Roland Garros, parece haber recuperado el tono físico y el discurso sosegado, todo listo para un nuevo asalto a su torneo.

Deberá desconfiar de un Djokovic que en Roma le plantó cara pese a que en el tramo final le faltaba combustible tras haber ganado el Masters 1.000 de Madrid.

El serbio tiene seguro conservar su número 1 y, además, un reto por delante: encadenar los cuatro grandes consecutivos, lo que daría por enterrado definitivamente el bajón que sufrió tras la victoria en Roland Garros en 2016.

Aquel triunfo, conseguido tras derrotar en la final al británico Andy Murray, supuso su primera serie de cuatro grandes, pero pareció agotar su fuente de motivación, que ahora vuelve a lucir restablecida.

El serbio sueña con ganar su segundo título en París y hacerlo con un Nadal pletórico de forma. En la guerra fría que se libran desde hace años, le superaría en número de Grand Slam y, sobre todo, sería un triunfo conseguido en el terreno predilecto del rival.

A Federer nunca hay que descartarlo. A sus 37 años pone fin a tres de ausencia en la tierra batida francesa y, su sola presencia, ha creado una corriente de cariño en el público de la capital.

Busca su segunda corona en París, la vigésimo primera en un Grand Slam, 20 años después de su debut en Roland Garros, diez después de su único triunfo.

Su camino se cruza con el de Nadal en semifinales, mientras que el de Djokovic se encuentra con el de Thiem, el representante de la nueva ola, algo fatigada ya de ver a la aristocracia aferrarse al poder.

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