Chrysolite es un juego de plataformas inspirado en los juegos clásicos de 8 bits, está creado por un solo desarrollador español, José Manuel Conesa Hernández y llega publicado por Firenut Games a PlayStation 5, Xbox Series S/X, Nintendo Switch y PC justo a tiempo para disfrutar de él este verano.
Se trata de un título que busca la sencillez más clásica, pero que tiene un espíritu roguelike y hasta un poco de metroidvania que hace que se sienta tremendamente actual. Y eso a pesar de sus píxeles gordos, su propuesta minimalista y su endiablado manejo, tosco y arduo como pocos, que parece también llegado de los juegos de NES. De hecho, aquí el principal enemigo, ese elemento que nos hará sudar sangre en mitad de las fases para continuar adelante, no será una araña gigante ni un esqueleto con armadura, sino el control de nuestro héroe y su puñetera falta de precisión para saltar plataformas.
El aspecto de nuestro héroe está pincelado con seis o siete pixeles, pero aun así vemos en él a un joven ladrón, un valiente héroe equipado con una capa y una pequeña espada, dispuesto a adentrarse en lo desconocido. Avanzamos un poco hacia nuestra derecha, esto es un juego de plataformas 2D que parece programado hace 30 años, y nos encontramos con un misterioso caballero sentado junto al fuego. El misterioso personaje encapuchado, con su espada junto a él clavada en el suelo y manchada de sangre, nos advierte: no sigas adelante. Pero claro, no vamos a abandonar el juego antes de comenzar, y no le hacemos ni caso.
Al continuar nuestro héroe cae en una profunda mazmorra, descubriendo las ruinas de un antiguo reino, antes próspero, pero ahora maldito, abandonado y con sus estancias repletas de trampas, espíritus y monstruos. El alma de una antigua princesa nos sale al paso, nos previene sobre la identidad del misterioso caballero que encontramos al inicio (parece que será el enemigo que nos pondrá las cosas difíciles) y nos anima a encontrar una antigua reliquia: la corona de su padre, el rey. La corona se encuentra en lo más profundo de las ruinas, pero se trata de un objeto mágico que nos permitirá liberar el lugar de la maldición que lo atrapa y nos permitirá abandonarlo con vida.
A partir de aquí, nos encontramos con enormes niveles de plataformas, con puzles que superar y cientos de enemigos que enfrentar. Y para ello solo tenemos nuestra pequeña espada, la posibilidad de saltar (con el sistema más tosco e impreciso que recordamos) y la posibilidad de recopilar y utilizar diferentes pociones que nos otorgan ayudas temporales: más vida, un salto descomunal para alcanzar rápido los niveles más altos, un breve periodo en el que corremos a gran velocidad y una poción que activa una cámara lenta.
Con estos mimbres, nos enfrentamos a niveles realmente grandes donde esquivar peligros mientras intentamos recopilar una serie de llaves que nos abran el siguiente nivel. Hay que cuidarnos mucho de enfrentarnos de manera directa a los enemigos, cuando estos son muchos, ya que nuestra pequeña espada no es capaz de repeler a todos a la vez. Nuestro héroe es pequeño y está un poco indefenso, pero el ingenio, la habilidad para saltar y buscar rutas alternativas nos dará la opción de avanzar y lograr pasar a la siguiente fase. Pero rápidamente nos daremos de bruces con el mayor de los desafíos: el control del movimiento y el salto de nuestro héroe.
El control es tosco y desesperadamente impreciso. Intentaremos alcanzar unas cuantas plataformas algo elevadas y nos caeremos siete veces antes de lograrlo. Maldecimos unas cuantas veces, pero, enseguida nos damos cuenta de que no se trata de un fallo de diseño, el control es así de manera intencionada. Y, aunque será nuestra peor pesadilla, es la clave que hace que le juego sea desafiante y adictivo.
Las caídas por milímetros de una plataforma son constantes, pero nos obligan a concentrarnos al máximo, a poner todo nuestro empeño en medir el salto, corregir ligeramente en el aire y aterrizar en el lugar correcto, todo mientras no quitamos ojo a las arañas que nos asedian por un lado o las afiladas puntas de acero de la trampa que asoma por el borde del precipicio. Es un juego muy puñetero, como buen aspirante a soulslike salvando las distancias, pero lo es por nuestra lucha con nosotros mismos, con los controles del personaje y las gigantescas e intrincadas plataformas que se nos ponen por delante.
Y es que los distintos niveles están diseñados de manera fabulosa. Al principio de cada uno de ellos podremos guardar nuestro progreso y regresaremos a ese punto cada vez que perdamos toda nuestra vida. Por lo que, aunque muy desafiante, al menos nos permite ir guardando la aventura de nivel a nivel. Los niveles son cada vez más grandes, más intrincados, repletos de trampas y fases ocultas y con enemigos cada vez más duros (y con algunos enemigos final de fase verdaderamente grandes). También, a medida que avanzamos, obtenemos habilidades nuevas y permanentes, como la posibilidad de lanzar un proyectil cada cierto tiempo.
Chrysolite cuenta además con una historia bastante atractiva, que iremos descubriendo con escenas entre cada nivel, escenas que han sido bellamente dibujadas a mano y que nos muestran el aspecto artístico de esos personajes de cuatro pixeles con los que jugamos. Además, en medio del os niveles también tenemos conversaciones con algunos personajes e iremos descubriendo el secreto de lo que ocurrió en ese reino olvidado y maldito antes de caer en desgracia.
Chrysolite parece un juego muy sencillo, y en muchos aspectos claro que lo es, pero encierra mucha más profundidad de la que parece en un principio. Y sobre todo, encierra un juego realmente desafiante, que enamorará a los fans de los juegos de plataformas más clásicos. Cada uno de sus niveles supone un desafío que hay que desentrañar e intentar completar y lograrlo, tal vez tras cuatro o cinco intentos, es realmente satisfactorio.
75/100