El descenso matemático acecha

La derrota en Riazor supone el punto y final. Se acabaron las oportunidades y expiró el margen para discursos esperanzadores. Ya no es tiempo de arengas ni de alegatos públicos. Es momento para echar a andar de una vez el proyecto 2018-19 y empezar a cimentar las bases de lo que debe ser una temporada de transición y de impulso en Segunda. Ese, al menos, debe ser el objetivo.

Pero vista la actitud del jeque y las decisiones que se toman en los despachos de La Rosaleda, es difícil pensar en un futuro halagüeño deportivamente hablando. A nivel institucional, la deriva en la que transita el Málaga parece no tener fin.
Y mientras el Málaga rediseña su realidad y pone en marcha los mecanismos con vistas a la próxima temporada, la plantilla y el entrenador, José González, aún tienen por delante siete jornadas de calvario. Un angosto transitar hacia el cadalso que sólo arroja la incertidumbre de conocer en qué jornada se produce la defunción matemática del equipo.
Ésta puede llegar muy pronto. Dependiendo de los resultados que se den en los próximos envites de Levante y Málaga, si los blanquiazules no salen airosos del duelo ante el Real Madrid, podrían ser matemáticamente de Segunda División en la jornada 33 en el Ciutat de Valencia. En caso de derrota ante los blancos y también frente a los granotas, a éstos les bastaría con sumar un punto en sus duelos ante Las Palmas y Atlético de Madrid para certificar el descenso blanquiazul cinco jornadas antes de la conclusión de la temporada.
Un desenlace paupérrimo para una temporada desastrosa en todos los sentidos. El fracaso más absoluto de un proyecto pésimamente diseñado en verano y horriblemente remendado en invierno está sólo a falta de confirmación matemática.