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Los apriorismos no ganan partidos
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Los apriorismos no ganan partidos

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ElDesmarque

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Quién nos lo iba a decir cuando se dio a conocer nuestro emparejamiento del Athletic Club contra el Olympique de Marsella que al final iba a costar tanto sacar adelante la eliminatoria.

Todos los informes hablaban del mal momento francés y de la teórica superioridad de los leones, claros favoritos para todo el mundo. Por suerte y con más voluntad que acierto logramos sacar adelante la eliminatoria, no sin antes sufrir, en nuestras propias carnes, los caprichosos e imprevisibles envistes de este deporte.
Así, valga el ejemplo para demostrar que más allá de nombres y de sensaciones puntuales o realidades clasificatorias, cualquier rival, hoy en día, está capacitado para complicarte la vida. Por muy mal que estén determinados equipos o por muy plano que pueda parecer su juego, la UEL nunca ha sido un camino de rosas para nadie. Al menor descuido o relajación las espinas aparecen, cortando de raíz cualquier conato de ilusión mal encarada.
En consecuencia, lo que ocurrió ante los franceses nos debe de servir como advertencia: Valencia nunca ha sido una plaza fácil. Vale que estén atravesando por su cíclico Viacrucis particular y que el ambiente, como casi siempre allí, esté más enrarecido que los excusados de un after de carretera secundaria.
No obstante, aun siendo cierto que no son el equipo de los últimos años, hay clubes que cuando llega la hora de la verdad, suelen estar muy por encima de lo que incluso esperan sus aficionados más optimistas. Sin ir más lejos, el peor Valencia de los últimos años; sí, aquel de Ronald Koeman, que se arrastró durante buena parte del campeonato de liga, logró en cambio ser campeón de Copa, último trofeo obtenido, además, por el cuadro ché.
Por todo ello, será mejor no caer en triunfalismos innecesarios, y más si cabe, tras haber goleado a los valencianistas el pasado domingo. Ernesto Valverde enseguida entendió que al equipo le faltaba aire, dando un giro radical a su alineación tipo, buscando así dosificar a sus piezas más castigadas. No quedaba otra. El equipo estaba enviando señales inequívocas de agotamiento y había que tomar cartas en el asunto. Afortunadamente, todo salió bien.
Sin embargo, más allá del gran resultado obtenido, que en fútbol parece que lo justifica siempre todo, fue una decisión tan valiente como necesaria. Recuperar las constantes competitivas va a resultar fundamental para encarar con garantías la eliminatoria y, por extensión, lo que resta de temporada.
Eso y que determinados futbolistas vuelvan a rendir acorde a su calidad. Las lesiones han lastrado el rendimiento de piezas claves. Los Williams, Iturraspe, Raúl García o el mismo Iker Muniain, son hombres lo suficientemente contrastados como para acordarnos de ellos. El concurso de toda la plantilla se antoja fundamental y más, la de aquellos jugadores llamados a colgar galones. Suerte que ante el Valencia, “El Diablo” volvió a dar un paso adelante en su recuperación y por añadidura, logró un bonito gol, su gran debe.
Dicho lo cual, preveo una eliminatoria de UEL muy intensa y para nada sencilla. El Valencia está ante la gran oportunidad de salvar la temporada, tras un año para olvidar. (Sí, insisto, como en el año de Koeman, cuando les metimos cinco en San Mamés y terminaron ganando la Copa del Rey).
Plantilla tienen de sobra para pelear. Los Diego Alves, Mustafi, Gayá, Parejo, Javi Fuego, Enzo Pérez, André Gomes, el recién incorporado Cheryshev o el jovencísimo Santi Mina, además del canterano Paco Alcacer o Álvaro Negredo, son jugadores lo suficientemente contrastados como para tener conciencia que, en cualquier momento, pueden llegar a despertar la bestia futbolística que llevan dentro.
Donde sí somos superiores, sin duda, es en fidelidad, apoyo y respeto hacia nuestro equipo. En la ida, San Mamés debe ser una caldera. El hecho de que sea un rival de nuestra liga y que estemos ante el primer enfrentamiento de la eliminatoria, no nos debe distraer de algo fundamental, que últimamente parece que hemos olvidado: las gradas también juegan y en nuestro caso, más si cabe.
Pocos equipos habrá en el mundo que puedan presumir de generar una simbiosis igual con su afición. Si “La Catedral” ruge como en las grandes noches, esa adrenalina que transmiten nuestros aficionados se transforma en kilotones de fe y empuje para nuestro equipo. Un plus de incalculable valor, que tantas veces ha hecho ladear la balanza a nuestro favor.
Por consiguiente, nada de confianzas. Llegar a Basilea requiere del esfuerzo de todos. Y sí, he dicho bien: de todos. Porque si algo tiene el Athletic es que sus éxitos o sus fracasos, lo son también nuestros. Es el peaje a pagar por llevar sus colores incrustados en nuestra propia sangre.
Por Miguel Angel Puente, periodista de Radio Nervión y Tele Bilbao 

@MAPNERVION


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