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La náusea
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La náusea

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Kuitxi

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"La Náusea"... "Sí, eso es, eso es, una especie en las manos"... Lo cotidiano, lo usual, lo que se repite hasta el hartazgo y nos empacha hasta provocar una náusea que nos desbarata el intelecto hasta sentir que los bordillos de las aceras, los canalones de los tejados, las esquinas que doblamos para encontrarnos al otro lado con algo indefinible, que no tiene nombre, ni forma, tan pronto lo vemos desaparece como si temiera ser aprehendido y llevado a los tribunales de una justicia que prevaricara en favor de lo horroroso dejándonos indefensos y con ganas de vomitar.

Caminamos. Cabeza gacha, cabeza alta, qué más da, miramos pero no vemos, y cuando creemos ver, lo visto se distorsiona, humo que se pierde en lo alto, nubes que se desplazan por un mar celeste hasta desaparecer en un horizonte que no deja de ser una manera infantil de llamar a ese más allá que no alcanzamos a entender.
Tras visionar la crudeza de una realidad dual que se conchaba hasta el extremo de escenificar en un estadio de fútbol que lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida, luego de ese final, de esa muerte traidora por el hecho de no igualar nos así que el partido muerto, asumir que no somos nada, y que nada seremos si no indagamos en la obra de Paul Sartre hasta terminar de entender, poniéndole cara y nombre, a eso cotidiano que resulta brutal, a eso que creemos ver sin que tenga cuerpo, asco nos produce, miedo de envejecer dejando en la tierra esa cuestión sin resolver pero que tanto asco nos produce...
El día a día del hombre que se inventa Sartre es el semana a semana de este Athletic que tan mal cuerpo nos deja tras cada partido de un tiempo a esta parte. Mal cuerpo. Mala gana. Ganas de vomitar. Y por encima de de estas tres sensaciones, la náusea, una náusea existencial.
Tras el Betis-Athletic Club en un Villamarin destartalado, tengo para mí que lo más sensato por parte de los periodistas deportivos que crónifican al Athletic habría sido dejar las hojas, las páginas en blanco. Escribir acerca del partido es un ejercicio de hastío, un relatar baldío, un llenar y llenar para evitarle al lector ese horroroso, terrible vacío.
Clavado al televisor, como el que recorre la calle más larga del mundo inundado  de una tristeza irremediable. Poza, de luto. Las tiendas del Athletic, cerradas. El palacio de Ibaigane no recibe. Fue comenzar... e iniciarse el naufragio...ser conscientes se que esta pasando algo...pero no saber a ciencia cierta que demonios, que luciferes, que satanes estaba pasando.
Una copa de licor de avellana sin alcohol, free, free, free, muy lograda la bebida, folios sobre la mesa, a la espera de estrenar el bolígrafo, marca de la casa 'Lolo', que recién me había regalado Victor, azote inmisericorde, pero justo a su criterio, de unos futbolistas del Athletic que llevan de un tiempo a esta parte haciendo dejación de su actitud furiosa, de su condición de león...
La Náusea, la nada, que no es lo mismo... pero es igual. Fuera de San Mames, el equipo es un amasijo de proyectos sin fundamento que terminan de primera haciéndose añicos.
Qué es lo que falta que la aventura falta: ¡me espanta el Benito Villamarin!... Leones enjaulados. Y he aquí que la puerta les abre su domador. El que escribe. El narrador. La náusea. Un gesto de furia, un amago de pasión mal entendida por ese bandido del silbato, Mateu 'La Coz', la primera, en la frente de Laporte, marca amarilla, una suerte de Cain señalado de primeras por el sumo hacedor, Valerde, ¡lo inaudito!, hace causa común con este trencilla que utiliza el arbitraje para dar rienda suelta a su condición de matón. Crónica de una derrota anunciada.
La tarjeta, certera premonición de la pifia de Aymeric, no anda fino el muchacho luego de aquella lesión, un mal paso, un resbalón, una falta de un 'can' tramposo que no debería gozar de licencia para una sana competición. Quedaba un mundo. Pero ese error de bulto que derivó de inmediato en gol, gol del Betis, cerraba un partido. En el cofre la victoria. La llave, en el fondo del Guadalquivir, que es lo mismo que en la buchaca del Betis, vocablo árabe y latino para designar el mismo rio.
Quedaba un mundo. Fue entonces, a partir de la maliciosa defensa de Laporte, que su sumo hacedor, enojado, ordenó a los cielos que se abrieran, diluvio mal diseñado, pues los béticos sobrevivían al cobijo del Arca de su 'Del Amo', al mismo tiempo que la tribu pecadora del Athletic se ahogaba. Fueron, a los ojos de Valverde, dos los más grandes pecadores, Laporte y San José, pero he ahí que pagaron justos por pecadores, que no virtuosos, los leones, expulsados del Paraíso, leones sin garras no cazan puntos ni atrapan victorias.  
...Desde el gol hasta el final, la impotencia de creer y no entender, de buscar y no encontrar, de escribir y no poder. Qué es el infinito, se le preguntó al filósofo, Si me lo preguntan, no lo sé, si no me lo preguntan, lo sé... Declara Ernesto Valverde a la conclusión del partido de la nada, una náusea insoportable me anidaba: "Nos faltó generar ocasiones para dar sentido y sacar provecho de nuestra gran posesión"...
Buscaba en las palabras del 'comandante Ernesto' una luz cual candil de nieve que me hiciera entender al Athletic a las puertas del invierno y navidades. En vano. Jamás un entrenador se mostró tan esquivo ante una petición de clemencia, Alberto, educado, siempre el primero en el turno de preguntas.
Ernesto Valverde, lejos de la autocritica luego de haber perdido la partida, esa que mientras corre el tiempo disputan los entrenadores, cortó por la tangente, Cerros de Ubeda, valle de Babia, balones fuera como si la cosa no fuera con él.
Al Betis le bastó, y sobró, el enésimo regalo de un Athletic ramplon, falto de calidad, ausencia de actitud en los futbolistas, para disgustos, los colores. Valverde no se pone nunca rojo, ni colorado, la culpa es del empedrado, ese argumento infantil de tener el balón y dominar...pero ser incapaces de crear ocasiones.
A mí se me ocurre algo que a nuestro míster se le escapó...hasta perderse en el tiempo y en el campo. Ante un Betis atrincherado, prietas sus filas, sin resquicios por los que penetrar verticalmente, abrir el rectángulo hasta la línea de cal que delimita la banda. Espacio para in solo jugador. Haberlo...lo había. Recurrir al juego por fuera una y otra vez.
Extremos puros que ganarán la línea de fondo, que tocaran el balón, templadito, en busca de las testas, aunque cabezas sólo hubiera habido una. Quimerica empresa. Mito que avivó Ernesto Valverde al ubicar a un 9 puro como Williams pegado a la cal, ariete y sin espacios por los que romper en diagonal a un espacio atiborrado de futbolistas béticos del todo identificados. Por la banda izquierda, el 'bendito' Balenziaga, Nos da mucho; nos da tanto..." lo elogia su entrenador. Pero es que Balenziaga no es Argote, ni Williams Susaeta.
En 'Historia de un epitafio', relato corto de Angel Casanova Grima, Amapolo Siret se pasó media vida entregado a diseñar un epitafio que ilustrara su tumba. Finalmente, lo encontró, y su vida entre los vivos cobro sentido. Era el nombre simple de una mujer. Nombre que, años más tarde, a un curioso que visitaba su sepulcro tan pronto lo leía y asumía como, al llegar a su casa, se le olvidaba. Y así, su vida se convirtió en un ir y venir desde su casa al camposanto, desde la necropolis hasta su hogar.
Este artículo lleva su nombre. Nombre que ya olvidé. Regresar hasta el inicio y recordarlo. Porque el que el olvida que, aunque troceado, el fútbol es vida y Náusea, partidos como el del Villamarín nos volverán a castigar el ánimo... hasta lo profundo.
Por Luis María Pérez, Kuitxi, Futbolista, periodista, montañero, pero sobretodo escritor: cuentos, relatos, cronicas, artículos radiofónicos, literatura de viajes. 

@LuismaPrezGartz

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