La cumplida venganza de Marcelino
En las apuestas a cielo abierto que se cruzaban en las terrazas de la noble Villa jarrillera, nadie se aflojaba el bolsillo por el Athletic Club. Que si "están de vacaciones". Que si "no se juegan nada". Que si "el Sevilla FC, en cambio, sí, seguir en la pelea por el titulo de LaLiga Santander". Cómo se les ve venir a los que no han sido futbolistas. Porque el que lo fue sabe, así lo sentía cuando se vestía de corto, que en cada partido a un jugador le va la vida.
La suya. Y, por extensión, la de su equipo. Los once que saltan y ese resto con el que se reunirá en el fragor de la batalla. Dos se incorporaban desde la banda. Luego, tres. Hasta llegar a los cinco que el reglamento ha llegado a 'admitir' presionado por los avatares de una liga castigada por la pandemia.
La victoria. Tres puntos. El prestigio personal y el del equipo. Derribar, en un plazo breve, a la segunda de las cuatro escuadras que, despegadas del resto, se postulan para el título más preciado. En esencia: el Athletic se jugaba tanto o más que el 'Sevilla de Lopetegui'. Tanto o más porque ¡sólo hay un Athletic: y es 'el de Bilbao'! Y como añadido a tanto aliciente, Marcelino, regresando al Sánchez-Pizjuán.
Ese estadio en el que ejercía como técnico local hace diez años. Del Sevilla, su entrenador era hasta que el bueno de 'Monchi', conchabado con su presidente, le señalara la puerta de salida mediada la temporada. Cesado. Con el tiempo, el afamado Director Deportivo de la entidad de Nervión habría de asumir su parte de culpa por "no haber estado a la altura" a la hora se surtir de elementos al técnico de Villaviciosa.
Regresaba al 'lugar del crimen' Marcelino...
Cumplida venganza [deportiva] se quería tomar. Y toda ella sirviéndose de leones. La historia lo había colocado en el sitio adecuado, a la hora perfecta, por aquello de la 'nocturnidad' y la 'alevosía'. Épica. Poética. Amorosa alevosía por ese modo que el destino le regaló para volverse a Bilbao cargado con una de sus victorias más gozosas desde que tomó la decisión de subirse al 'tren del Athletic Club'.
Desde su influencia como entrenador, no fue, ni de largo, el partido mejor diseñado en los días previos de Lezama. El cronista va más allá en sus apreciaciones. Apunta que, visto lo que se veía en el verde casi de inicio, el Athletic, ni arriba ni abajo, sino todo lo contrario. Ni atacando ni defendiendo, sino a verlas venir, que es la manera más peligrosa no ya de hacerle frente, sino de defender a un equipo al que había decidido regalarle el balón, el espacio y el tiempo.
Pintaba mal. Qué quieren que les diga. El Sevilla no encontraba oposición a la hora de llegar a la 'zona de influencia'. Fuera en corto o en largo. Combinando o trazando diagonales destinadas a los pies de Jesús Navas y Suso, casi pisando la cal en la banda derecha, a los de Acuña y Ocampos, haciendo lo propio en la izquierda.
Demasiado sencillo para los intereses hispalenses...
Una apuesta al borde de la 'muerte asistida', si era de este modo como Marcelino pretendía derrotar al Sevilla de su 'buen amigo' Lopetegui. Era todo un continuo acarrear balones desde la portería de 'Bono' hasta el perímetro de un área cuya portería defendía Unai Simón, arquero destinado a protagonizar un partido de ensueño. Cántaro a la fuente. Una y otra vez. ¡Mira que el refrán dice que, de tanto ir, termina rompiéndose! Ni caso.
Libertad para el Sevilla. Un Sevilla que, quizás por sentirse tan 'liberado', tan 'autorizado' para el abuso, y hasta para el libertinaje, no fue capaz de dañar en lo más suyo al Athletic. Tanta posesión, el pelotón como si fuera suyo, no le dio sino para un cabezazo [23'], un remate a quemarropa [38'], y un disparo envenenado [76'].
Tres balas en su cargador. No había más. Tres disparos a los que Unai Simón respondió con otras tantas acciones colosales. Así como en otras ocasiones, "a por uvas", "con el molde", "déjala salir, que va fuera", en esta cita en las alturas, el arquero del Athletic, soberbio, impecable, estaba manteniendo a 'los suyos' con vida.
En el ángulo superior izquierdo de la pantalla, el [0-0] imperaba, fiel reflejo de un electrónico a punto de fundirse, volverse loco. Y todo ello obedeciendo los dictados de una moneda que la suerte al aire lanzó y en el aire flotaba, como a la espera. Fue en el 90'. De ingrávida a gravosa. Ya no podía más. Demasiado aguante. Si de canto, el empate. Si cara salía, la vida. Si salía cruz, la muerte.
Clavarse en la hierba, no se clavó. El marcador, a punto de alterarse. Era el Athletic saliendo en un contrataque de libro. Pocos elementos. Tan solo dos. Velocidad endiablada, la de ambos. Escupida del área recogió la pelota un león que se había hecho gigante. Era el navarro Oihan Sancet Tirapu. A su izquierda, Iñaki Williams.
Potente. Poderoso. Generosa su técnica en carrera tan larga y coordinada. Este es Sancet en todo su esplendor. El 'mayor de los Williams' lo acompaña. Oihan va dejando 'cadáveres' a su estela. Iñaki, procurando estar siempre por detrás del esférico a fin de que un absurdo fuera de juego no destroce la obra de arte que se está escenificando en sesión nocturna sobre el verde del Pizjuán. Entre ambos, una 'pieza' sevillista a punto de caer derribada en el 'tablero'.
El golazo de Iñaki Williams
Cuando Sancet entiende que, así como la poesía, "el balón no es del que lo conduce, sino del que lo necesita". Su compañero. Iñaki Williams. 'Fresco' y 'curado'. Dueño de sí. No se precipita. Espera. A que Bono le haga frente. Se deja vencer ligeramente a su izquierda. Leve caída de su cuerpo hacia atrás. Y cuando entiende que la suerte del partido ya está echada, interior total de su pie derecho, con leve giro de tobillo hacía dentro, buscando en el palo largo una escuadra que encuentra. La tierna acogida. El dulce sabor de las mallas.
¡Qué escándalo de gol! ¿Qué debiera decir? ¿Qué fronteras periodísticas debo respetar? Si un equipo sufre hasta el límite / y Unai Simón lo sostiene / hasta dónde debemos / aguantarnos las ganas. Qué tipo de adjetivos se deben usar para armar / el final de un partido / sin que se haga sentimental / si debo usar palabras como Nocturnidad / Alevosía / Épica / Poesía. Que escriban / pues / la historia / su historia / los hombres / de Marcelino García Toral. Mientras el técnico de Careñes, sentado en su banquillo, es un hombre feliz que, como ya fue dicho, tan solo "quiero que me perdonen los muertos de mi felicidad".
Un gol tan bonito como esta crónica...
Contra el osasuna igual
Los chavales son nuestro presente marcelino confía en ellos
No se lee a los cenizos de otras semanas...