El fondo de armario exuberante del Athletic
-
Tercera victoria consecutiva para un Athletic que hizo 8 cambios en su once
-
Más de 48.000 espectadores en San Mamés antes de ir a Roma
-
Valverde, tras el Athletic-Celta: "Un triunfo valiosísimo en una semana de 9 puntos"
Cuando el inicio es 'engañoso' y el marcador termina haciendo 'justicia'. Athletic Club 'engañador' por salir en tromba, como en los 'viejos tiempos', cuando se ponía la pelota en juego y el central la colocaba en las inmediaciones del área. Vibraba San Mamés. Como vibró cuando Gorka Guruzeta, convertida la zona caliente del Celta de Vigo en un 'caladero', lanzó su caña con la fe de un pescador en la apertura de la veda.
Goles son amores. Desde su zona técnica, Valverde celebraba la vuelta al trabajo de su 'ariete preferido'. Lejos de arredrarse, los alumnos de Claudio Giráldez le dieron inicio a la lectura del "librillo de su maestrillo".
Un canto coral, excelso, un homenaje al fútbol mediante un juego combinatorio en el que la pelota, de pie a pie, 'volaba' rasa. "Que corra la pelota, y no el jugador". Como si Urbano Anda me convocara desde lo eterno. Tiempo para las dudas y el desconcierto. Ir o no ir. Presionar o no hacerlo. Al tanto del peligro que se corría, el Athletic decidió cederle el balón a su rival para protegerse, curarse en salud. No habría de ser suficiente, sin embargo.
El Celta alargaba los 105 metros y ensanchaba los 68. Grandes espacios, complicados de defender. Terreno propicio para un cazador al que no le caduca su licencia. Juan Palomo, o sea Iago Aspas, forzó el penalti y lo convirtió en gol, despertando el daño que dormía en el cuerpo de Julen Agirrezabala. Elevó su posesión hasta doblar su tanto por ciento al Athletic. Goles son amores, sin embargo, y no las razones exquisitas de su juego.
Habiendo decidido guardarse las espaldas porque la virtud no estaba en el medio, en el doble medio centro que conformaban Prados y Jauregizar, el Athletic fiaba su ofensiva a la velocidad de Iñaki Williams, a las prestaciones soberbias de Oihan Sancet, y al estado de gracia de Berenguer, que atisbó la presencia de Guruzeta oculta entre la maleza de los centrales. Pase de lujo, testarazo perfecto, Vicente Guaita, 'ejecutado'. Y en escenario tan atípico llegó el final del primer acto.
Inusual por ver a tanto león agazapado. De correr a campo abierto a entender que no era cobardía protegerse. Saltó Padilla al campo. No haya miedo. Se trataba de que el guardameta de Zarautz se convirtiera en una columna que evitara el desplome al verde de San Mamés de un Celta cual firmamento celeste. No sé qué les parecerá a ustedes, pero ver a Padilla moverse y mandar era para mí el anticipo de la victoria.
La de 'la vencida'. A la tercera. Y no porque en los dos partidos anteriores no se hubiera ganado, sino porque encadenar tres triunfos seguidos no es tarea fácil en esta liga tan complicada en la que se halla inmerso el Athletic. Nueve de nueve cuando en las tertulias de los 'sabios' apostar por siete parecía un exceso tan solo al alcance de los equipos de 'Champions'. Pero es que...
Grande es, a día de hoy, este Athletic de Ernesto Valverde que, tras haber decidido no discutirle al Celta la posesión del balón, ni siquiera la pertenencia del esférico aún siendo material de la 'tienda de Pitxitxi', le dio unas pinceladas a su 'once' con la intención de poner fin a su incertidumbre, y al poderío de los 'celtiñas', que se seguían divirtiendo aún por debajo en el marcador. Se vino arriba el equipo.
Que es lo mismo que poner en escena a Galaxy, Beñat Prados, un excelso Sancet (que no tiene techo), y, como asistente, quién, el de siempre, Iñaki Williams, que, esperando el movimiento hacia atrás de su compañero, se la puso de lujo para que Álvaro Djaló humillara su cabeza sabiendo que, para él, la veda se había abierto en esa Catedral que tanto había añorado.
• Por Kuitxi Pérez García, periodista y exfutbolista