Daniel, maño y malaguista por Blanco, cumplió su sueño en Huesca
El pequeño Daniel Lezcano, a sus ocho años, le pueden los nervios cada vez que juega el Málaga CF. Desde la lejanía, este pequeño malaguista -aunque nacido en Zaragoza- no se pierde ni un partido de los de Víctor Sánchez del Amo. Ahora, su ídolo es Munir; el curso pasado, Blanco Leschuk. De hecho, Daniel se hizo blanquiazul porque un día, viendo un partido del Málaga, se enamoró del juego del delantero. Y hasta ahora. Cuenta su madre que sólo juega con el Málaga a la consola, que continuamente pide ir a ver al cuadro costasoleño. La visita a La Rosaleda aún está pendiente, pero esta semana ha tenido doble ración de malaguismo.
Porque Daniel estuvo en La Romareda y también en El Alcoraz. Este domingo, gracias a la buena fe del club y de Munir, que cedió dos entradas para que pudiera ver en directo a su equipo. Un detalle que vino después de que Daniel acudiera al campo del Zaragoza cartel en mano, en el que pidió los guantes a Munir. No hubo suerte, pero sí que varios futbolistas del Málaga, además de Víctor, tuvieron a bien fotografiarse con él. Una tarde inolvidable para Daniel, que insistió en ir a Huesca... aunque cuando ya no quedaban entradas.
Por ello, su madre, que cuenta que su hijo no paró de oler y besar la camiseta del Málaga cuando se la regaló, movió cielo y tierra hasta que logró su propósito. No faltó a su cita en El Alcoraz Daniel, aunque el resultado no acompañó. Su nuevo ídolo, al menos, detuvo un penalti y le dio una pequeña alegría. Fue la única buena noticia que se llevó de vuelta a Zaragoza. Bueno, una buena noticia y un regalo en forma de guantes. Los que él quería, los de Munir.
Nada más acabar el choque, y después de que algún jugador como Cifu se acercara a su zona, Daniel fue hasta el autobús del equipo. El arquero marroquí, nada más verlo, acudió a su encuentro y le regaló sus armas de juego, además de firmarle su camiseta blanquiazul. Estuvo cariñoso con él, departió durante unos minutos y se montó en el bus. De allí se marchó Daniel, con una derrota pero con los ojos brillantes del niño que se sentía el más afortunado del mundo.