Lágrimas y Favores en La Rosaleda
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Algo fundamental: el Málaga se cree constantemente con el derecho a ganar... aunque no lo merezca
Entre lo divino y lo científico, el fútbol puede intentar explicarse desde tantos puntos distintos que, al final, y valga la contradicción, es imposible de explicar. No hay una fórmula clara porque lo que se juega en La Rosaleda no es un dos más dos igual a cuatro. De fútbol no entiende ni Dios en ninguna de las religiones. El domingo, en un Málaga-Córdoba ante 25.000 personas, ocurrió una de esas escenas que rozan lo místico. Pasar de la muerte a la resurrección. Del 0-2 al 1-1. De la parada milagrosa de San Alfonso Herrero al gol redentor de Haitam. ¡Alhamdulillah!
El Málaga lleva diez jornadas sin perder y no es casualidad. En casa juega bien a ratos y con deficiencias últimamente, pero tiene eso que un equipo competitivo y ganador debe tener. Esto va de lograr cumplir con un proverbio tan cierto como complicado: a veces uno gana porque está acostumbrado o no pierde porque no está acostumbrado. Ganar invita a seguir ganando. Puntuar contagia a seguir puntuando. Lo de las dinámicas, el bucle y todas esas perogrulladas. Es todo mental: el equipo de Pellicer se cree constantemente con el derecho a ganar... aunque no lo merezca. Y va tercero, a cuatro del líder.
Completó un partido muy flojo en lo táctico y lo físico, pero logró salir vivo de lo que pintaba como un tiroteo a quemarropa del Córdoba, que fue muy superior en el grueso de los 94 minutos disputados. Pero en las áreas es donde las sensaciones se convierten en hechos y para suerte del Málaga, su portería está defendida por el mejor portero de la categoría.
Alfonso Herrero fue el más decisivo porque fue el que reanimó al Málaga cuando tenía parada cardiorrespiratoria. Una, dos, tres, cuatro llegadas claras de los cordobesistas con el 0-1 y todas bien solventadas por el guardameta menos goleado de esta liga. Pero el tiempo se paró en el remate de Álex Sala. Ahí saltó como un lince a su presa, como si un portero de balonmano quisiera parar un tráiler de frente, y con el brazo impidió un gol cantado que luego el dichoso fútbol se encargaría de transformar en gol a favor. La primera parada-asistencia que vi en mucho tiempo.
Alfonso hizo otro favor a su Málaga, como cuando logró aquellos dos paradones consecutivos ante el Madrid Castilla que valían otro punto. Y, segundos después del favorazo en el derbi, llegaron las lágrimas de Haitam, que se emocionó marcando casi un año después de hacerlo por última vez. Fue en La Romareda ante el Zaragoza, también perdiendo 1-0 en los minutos finales y para rascar un empate. El del domingo fue el premio a la fe y el esfuerzo tras romperse el cruzado y luego volver a empezar por una lesión muscular en pretemporada.
"Son muchos sentimientos, muchos días de trabajo y sacrificio. Poder hacer feliz a mi familia y a la gente no tiene palabras", decía el extremo marroquí en el pospartido. Este Málaga tiene la pasión ("más corazón que cabeza", resumió Pellicer), las lágrimas de un joven hambriento y los favores de un portero experimentado. El equipo es en realidad una cofradía porque reúne a veintipico mil hermanos en la distancia corta y otros miles en la larga. Porque su estadio puede ser una marcha de la Legión, una saeta al Cautivo o una penitencia en Viernes Santo, pero siempre tiene ese aura distinta a lo que hay fuera de sus muros. Antonio Banderas estaría encantado, porque el Málaga procesionó bajo el nombre de Lágrimas y Favores.