"El fútbol es un juego simple, juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania

Krasnodar (Rusia), 29 jun .- El Mundial de Italia 1990 fue para Alemania, para la practicidad del bloque que lideró desde el banquillo Franz Beckenbauer, el vencedor de un torneo más físico que técnico y más defensivo que ofensivo que quizá se decidió de una forma hasta previsible, nada deslumbrante: a través de un penalti.

La entrada de Roberto Sensini sobre Rudi Voeller es discutida aún hoy por Argentina, que reclama con rotundidad que no es pena máxima, y defendida sin una certeza absoluta, algunos ni siquiera eso, por aquella selección alemana, mientras recuerda a la vez una más clara, sufrida por Klaus Augenthaler, por encima de esa acción decisiva.

Ya superado el minuto 80, el árbitro mexicano Edgardo Codesal señaló con una convicción absoluta el punto de penalti, mientras Pedro Troglio chocó con él en su camino y los futbolistas de la Albiceleste le rodeaban para exigirle una rectificación. El colegiado ni se inmutó: agarró el balón con la misma determinación.

Entre las insistentes protestas de los argentinos, caminó seguro, con un gesto serio, inalterable, hasta que depositó el 'Tango Etrusco Único' en el punto exacto. Ahí esperaba Andreas Brehme, impaciente ya, aún más cuando José Serrizuela desplazó la pelota. El alemán aguantó el juego de nervios; brazos en jarra, sin exaltarse.

Enfrente, además, el portero Sergio Goycoechea y su agilidad increíble en esa destreza. Brehme ya tenía claro con qué pierna, la derecha -manejaba las dos por igual-, y dónde iba a lanzarlo, por abajo y a la izquierda. El gol para la historia del Mundial 1990, el tercero que ganaba la República Federal de Alemania, era suyo.

La explicación de por qué tiró él aquella pena máxima se remonta al intermedio. El primer lanzador era Lothar Matthaus, el capitán que levantó luego la Copa del Mundo en Roma. Nada más ocurrir el penalti, le hizo un gesto al lateral para que lo lanzara. La razón: había roto la botas en el primer tiempo, se había calzado unas nuevas al descanso y no se sentía con la seguridad necesaria.

Dos expulsiones argentinas, una con 0-0, de Pedro Monzón, y otra con 1-0, de Gustavo Dezotti; las lágrimas de Diego Armando Maradona o la pitada inicial al himno argentino en un estadio Olímpico de Roma con 73.603 espectadores para aquella final del 8 de julio de 1990 también forman parte de la memoria de aquel duelo definitivo. "Ningún equipo mereció tanto como Alemania ganar el Mundial", expuso Franz Beckenbauer, el técnico que lideró al conjunto germano hacia un éxito que no habría sido posible, primero, sin las dos voleas de Voeller y Hassler a Gales que le dieron una clasificación casi agónica a la fase final y, después, sin el acierto que demostró en los penaltis, desde los cuartos de final hasta el título.

Ganador de sus dos primeros encuentros en el estadio Giuseppe Meazza de Milán, un 4-1 a Yugoslavia y un 5-1 a Emiratos Árabes; al frente del grupo D, cerrado con un 1-1 con Colombia, y vencedor en octavos de final con un apurado 2-1 ante Holanda, un penalti anotado por Matthaus hizo posible superar a Checoslovaquia en cuartos (1-0).

Luego necesitó más contra Inglaterra en las semifinales, un partido poderoso, que exigió el máximo a los dos equipos, que concluyó 1-1 en 120 minutos y que se definió desde los once metros 4-3 para los germanos. Enfrente, lo sufrió Gary Lineker: "El fútbol es un juego simple, juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania".

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